La primera temporada de «Fauda» se convertía en uno de los mejores espectáculos televisivos de los últimos años. Doce episodios sobre la investigación y venganza de un comando antiterrorista israelí y su némesis palestina. Sujetos durísimos con facilidad para infiltrarse dentro de las líneas enemigas y con métodos y motivaciones que no suelen cumplir con la Carta de los Derechos Humanos. Y esa es la grandeza de la serie; nos muestra las miserias de ambas partes y explica de forma admirable como el fin justifica los medios y muchos de los problemas de ese «avispero» sito en Oriente Próximo.
Esta segunda temporada mantiene el alto listón dejado por su predecesora y en ella volvemos con Doron y su unidad que tienen que acabar con un peligroso miembro del ISIS, hijo de un jeque asesinado por Doron y que pone «en jaque» a la inteligencia hebrea, pues los criminales aprenden su lengua y, por lo tanto, pueden intenarse en el territorio judío, lo que iguala la contienda pues el grupo israelí habla árabe con fluidez y vive entre los palestinos. Eso por un lado, por otro tenemos las luchas intestinas entre la Autoridad Nacional Palestina y Hamas contra la entrada del Ejército Islámico. Y los conflictos de intereses entre unos y otros.
El ritmo sigue siendo maravilloso y los doce capítulos transcurren a una velocidad endiablada, lo que consigue que algunas relaciones queden un tanto desdibujadas pero el núcleo central es todo un compendio de buen hacer y solo queda aplaudir a sus creadores Avi Issacharoff y Lior Raz, que además interpreta al protagonista Doron Kavillio, que sigue con los problemas de compaginar su peligroso y estresante trabajo con su ex Gali y sus dos hijos y su amante Shirin, una relación más interesante pues está casada a la fuerza con su primo Walid, que tras la muerte de «El Pantera» ha quedado como jefe local de Hamas. Aunque si de personajes interesantes hay que hablar, la palma la tiene el Capitán Ayub, que en esta continuación tiene más peso y sigue siendo el tipo con una forma de ser más fría, pudiendo comportarse como el perfecto mediador o el más temible enemigo. Todo sin perder la compostura ni las formas y con un punto amargo que le acerca a un detective de Hammet o Chandler.
Y para remate, la puesta en escena sigue siendo excelente, con buenos planos aéreos que nos sitúan en la zona, una fotografía donde acabamos sintiendo el calor y el ardoroso sol (una virtud característica de la novela negra donde la ciudad es un protagonista más) y que consiguen que todo sea creíble y el punto de vista lo más neutro posible, pues entendemos las motivaciones de todos los implicados en la trama. Una cosa que es de agradecer, pues en estos tiempos de maniqueísmo, donde los buenos son muy buenos y los malos muy malos, «fauda» es una «rara avis» que nos explica que en zonas de guerra y en líos interminables no valen las buenas palabras, el «buenismo» y la correción política y que. incluso, el terrorismo tiene un sentido. Abyecto pero con sentido. Y así es normal que gente que no quiera saber nada de estos conflictos acabe de lleno metidos en ellos (familia, pareja, amigos…). Siempre hemos pensado que una guerra cambia todo y que la persona normal en tiempos de paz puede convertirse en un disparatado criminal o en un indecoroso torturador. Solo se necesita una excusa y un líder que lo ordene. Luego llegan las felicitaciones y tras eso, el caos. La «Fauda».
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