Vivimos en un mundo extraño. Es la época de la historia donde la tecnología ha reducido distancias y esfuerzos de comunicación a su mínima expresión, pero donde la saturación de información la ha hecho casi imposible. Lo oí no hace mucho: “las redes sociales están planteadas como una especie de ágora donde compartir experiencias, pero se parece más a un montón de chalados gritando a un pozo”. Con un clic puedes descubrir a un grupo emergente al otro lado del mundo, pero es muy difícil por no decir imposible que una banda amateur logre un mínimo de atención, tanto de managers como de público. Pero todo esto ha derivado en cientos de músicos que dignifican este oficio. Que sin poder pagarse ni unas pipas con lo que sacan de los bolos hacen de tripas corazón y se meten una kilometrada para ir a un concierto o a un festi. Que salen baldados del curro y van directos a la furgo o al local. Que tienen las yemas de los dedos convertidas es ampollas sanguinolentas y aún así aprietan los dientes y se dejan todo buscando un sonido perfecto. Como futuro aspirante al Nobel, pero por los cojones, me quito el sombrero. Un, dos, tres… ¡Banjo!
Al ojo del huracán. La voz la tengo encasillada en ese pop-rock de radiofórmula, estilo Pereza. Sólo las primeras estrofas y un poco de teclado. Tiene un poco de psicodelia (el teclado), a lo In-A-Gadda-Da-Vida de los Iron Butterfly. Poco después entran las guitarras, batería y demás y se convierte en una canción coral, con mucho instrumento de cuerda y toque al plato para “decorar” ritmo. Ojito al solo de guitarra y teclados, que es un viaje en el tiempo, aunque sea breve. Buena idea usarla para presentar el disco. Han asomado ciertas influencias, pero están insinuadas, no explícitas.
Estamos vivos. Cada vez que oigo en una canción algo así me viene a la mente la voz de Rosendo lo cierto es que estoy aquí / otros por menos han muerto / maneras de vivir. La canción también tiene ese espíritu no optimista pero sí del que mira hacia atrás con indulgencia. La batería es puro Charlie Watts, la guitarra, el bajo… I know, it’s only rock&roll, but I like it. Estamos oyendo a los Rolling Stones rejuvenecidos. Sólo faltan los trajes de marinero y la espuma. En directo tiene que ser su buque insignia, no tengo duda.
Ciegos. Aquí bajan el tempo, más acústica y teclados y menos batería galopante. Creo que es la que mejor ha encajado parte instrumental y voces. Lo cierto es que pierdo ciertos detalles porque estoy pendiente a cada minuto de lo que hacen los teclados. Me pasaba lo mismo con los Doors. El bajo gana no se conforma con una baladita de cuatro notas y ofrece florituras entre el resto de instrumentos de cuerda, que se concentran en un final coreado y unos últimos compases dignos de The house of the rising Sun de los Animals.
Cuando te despiertas. Es una mezcla entre algún angloparlante grupo de rock de los ochenta y los M-Clan de Quédate a dormir. Es como si cada estrofa revelase algo diferente. Tiene ese argumento coral de Al ojo del huracán, pero también distorsión subrepticia, algo de música disco (o se me ha ido la pinza del todo), el estribillo podría salir de fondo con un bailecito de Travolta (qué cabrón Travolta, hasta hecho un mostrenco baila del copón). Y en el solo vuelven al rock, aunque la música disco amenaza a cada instante con volver a emerger.
Para qué frenar. Coros y unos acordes, entra la batería y se lanzan al tiempo, en otra canción tranquilita. Tiene un aire al rock setentero, a todo ese terremoto que desenlazaron los Beatles (entre otros) y un mensaje poderosamente nihilista ¿Para qué frenar? / Si somos carne de cañón. Un pesimista es un optimista informado, y los Con X the Banjo han pasado por ese momento melancólico. Los coros del último minuto de canción están entre Calamaro y Ariel Rot, juntos o por separado.
Otro año más. Hija no sé si reconocida o no de Fito Cabrales, sobre todo en estos últimos compases de su carrera. Sin perder la esencia de rock castizo, como Los Rodríguez, tienen ese poso hippie de San Francisco (Be Sure To Wear Flowers In Your Hair), de Scott McKenzie, una de las canciones más grandes de todos los tiempos, que simboliza una generación entera. Una mezcla de espíritu hippie, letra romántica sin caer en el pasteleo e instrumental potente sin llegar al metal siniestro.
El combate. Comienza con unos acordes y una voz al estilo de Para qué frenar, y seguidamente entra un bajo efectivo, sin grandes alardes, pero poderoso. La batería me recuerda a aquel unplugged de Nirvana, con Dave Grohl tratando de contener su espíritu leñero a las baquetas. Cuando crees que es el golpe final se te cae por la borda / planeas robar un banco y tu socio se borra / y te aumenta la presión cuando te están registrando / será la ultima vez que rompo un trato / yo hago trampas por los dos / y el combate se acabó. Estaba pensando en Todos me dicen que te pasa, y yo no sé qué contestar, del malogrado Manolo Tena. Si tienes una sonrisa jodida en la cara, la canción ha hecho efecto.
London eye. Estaba pensando en That Thing You Do!, de The Wonders. También la descubrí por la película y pensaba que era un guion de ficción, pues no. El grupo existió y acuñó el término “one-hit wonder” (bandas que logran el éxito con un tema y no vuelven a acariciar las mieles del éxito). Batería monolítica, guitarras afiladas, un bajo hecho una apisonadora, estribillos a gritos y un mensaje esperanzado al más puro estilo Dr. Trotski. Todo da vueltas y vueltas / y ¿a qué te dedicas? / a veces vivo del aire / Pero nos sobra la magia en canciones para aguantar.
Invisible. Está entre Foo Fighters y Green day, pero estalla en un punteo a lo Extremoduro (ya, ya, yo también me leo, toma mezcla que me he cascado) que me ha dejado desprevenido. Pero lo mejor es que si obvias un momento las voces, le sale un rollo a lo The Passenger, del gran Iggy Pop. De las canciones más enérgicas del disco, sobre todo en el estribillo.
El placer de sobrevivir. Tema que da nombre al disco para despedirlo. Podría hacerse con un slide en el dedo. Y tengo en mente una canción de Revolver, Odio, sobre todo al final del estribillo, aunque este grupo lo hace sin batería, más relajado, como si la canción en vez de terminarse cabalgase a paso lento hacia el atardecer.
Lo dicho, más allá de ser resultadistas y caer en el maniqueísmo de clasificar a las bandas en buenas o malas según las ventas. Eso de “cualquiera puede hacerlo con esfuerzo” es una gilipollez porque todos no partimos del mismo punto, pero lo que sí podemos lograr es la satisfacción personal y el orgullo por una profesión, por otro lado, y como muchas otras, prostituida y denostada. Con X the Banjo, el placer de sobrevivir.
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