Parece ser que los madrileños Hiagen no llevan una vida plana, algo que sería como beber largos tragos de leche o vomitar mismidad en una palangana blanca, como diría con exactitud el poeta.
Clarice, (Lispector), decía: “digo lo que tengo que decir sin literatura”. Pues esto es lo que han hecho Hiagen, decir lo que tenían que decir. Y lo han hecho con una coherencia y contundencia apabullantes; pues los de Madrid, se han marcado un disco de rock progresivo espectacular. Una amalgama de coros, rifs alargados y ecos que surgen como fuegos artificiales. Aún no ha terminado el primero y ya te sorprendes del siguiente.
El diálogo interior es un viaje intenso de emociones consecutivas que solo dan respiro en algún interludio, cuando suenan esos bellos y pegadizos coros, unas veces agónicos y otras placenteros por el hecho de haber alcanzado un nivel de comprensión existencial superior.
Este álbum que parece quitarse el corsé de los sonidos característicos de nuestra tierra, se sale con coherencia de lo establecido. Siendo recomendable su escucha de principio a fin para comprender mejor ese viaje hipnótico que proponen, y que te enfrenta a tu yo en el espejo.
Desde un primer momento notas el impacto que supone este trabajazo. Lo que provoca que te subas a una extraña cabina en la que los cinturones se abrochan solos, y ya no tienes opción de bajarte hasta el final. Así que prepárate para una montaña rusa de emociones porque no vas a poder mirar para otro lado y seguir, con las manos en los bolsillos, como si no pasase nada.
Un disco de rápido goce y difícil asimilación, pues no te permite recordar sus notas fácilmente. Un trayecto laberíntico del que no puedes salir hasta el último acorde que te deja mirando al techo, cuestionándote el sentido de la vida, mientras ves a los Hiagen alejarse, de este mundo sin remedio.
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