Bellísima. Extraordinaria. Exquisita. Todo mentiras. Como bien podéis observar en la foto que ilustra esta entrada, está visto que uno no puede fiarse de las opiniones de ciertos medios, auténticos estómagos agradecidos que nunca suelen hablar mal de una película. Sobre todo si hay mucho dinero por el medio. El hilo invisible es otra muestra más de lo insoportable y soporífero que puede llegar a ser el cine de Paul Thomas Anderson. Reconozco que la culpa es mía. Tras ver aquel tormento de Puro vicio, juré sobre la tumba de Stanley Kubrick que nunca más volvería a perder mi tiempo con un film de Paul Thomas Anderson. Pero las buenas críticas me hicieron faltar a mi juramento, craso error. El hilo invisible es un film exquisito formalmente pero totalmente falto de ritmo. El tedio es realmente el hilo invisible que va hilvanando las escenas que durante 130 minutos martirizan al pobre espectador que ha cometido el error de ver esta película. Ya sabemos que el amigo Paul Thomas Anderson es un tipo que va por libre, tan libre que le importa un bledo el espectador. Supongo que el tipo dirá que su libertad creativa no debe verse limitada por los gustos de los espectadores. Y no le falta razón, sin embargo, aburrir al respetable es la única cosa que nunca un artista debiera permitirse. Y a mí Anderson me aburre. Me divierto mucho más con films de super héroes o tonterías de acción que apelan a lo más básico del espectador que con estos fallidos y supuestamente sesudos estudios del señor Anderson.
El hilo conductor fracasa principalmente por la incapacidad de Anderson es saber cuando cortar una escena. Su fallo reside en la sala de montaje. Todo lo demás lo hace muy bien: los actores están geniales, la ambientación es perfecta, el vestuario maravilloso y hasta la música de Johny Greenwood mola bastante. Pero pasan los minutos y la historia no engancha. No hay empatía con los personajes. Un fallo habitual en el cine de este autor. Nunca nos interesa lo que vemos en pantalla. Mala cosa. Ya me ocurrió con la citada y horrible Puro vicio, The master y Pozos de Ambición. Por no hablar de la desastrosa Embriagado de amor. Anderson es un buen director con una mirada muy personal que acaba por asfixiar a la historia. Y eso que esta vez la historia era de lo más interesante y podría haber dado mucho juego, sobretodo contando con un Daniel Day-Lewis en excelente estado de forma (como siempre). Incluso me atrevo a decir que Anderson plasma un estimulante retrato psicológico de los personajes. Ese genio del diseño incapaz de madurar convertido en un niño grande bajo el influjo de su madre muerta daba para mucho más. Tampoco está exento de interés ese personaje de la hermana que es una prolongación de la madre castradora. por no hablar de la joven que viene entrar a este círculo viciado para no conformarse con ser una más, rompiendo los esquemas de los dos hermanos. Pero Anderson convierte esta historia de represión y obsesiones en un infranqueable muro de tedio. Una verdadera pena. Con un recorte de metraje hubiéramos disfrutado de lo lindo con esta insana historia. Supongo que los fans de Paul Thomas Anderson, esos que disfrutan pasando minutos sin sentido viendo una película, la encontrarán fascinante. Yo opino que lo que cuenta esta película, que tampoco es tanto, se podría haber contado en 90 minutos. La supuesta compleja trama se me antojó bastante obvia y sencilla. De hecho Anderson parece tomar al espectador por idiota ya que repite hasta la saciedad detalles que el espectador ya ha detectado a la primera. Ni siquiera el desenlace me resultó verosímil, algo habitual en el cine de este autor.
Lógico que únicamente se llevara el Oscar a mejor vestuario, lo único que el trabajo de Anderson no echa por tierra.
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