El tema de las casas espectrales es recurrente cada cierto tiempo en el cine de terror. Horrores sobrenaturales en forma de fantasmas que aterran a los moradores de mansiones, o apartamentos más modestos, que llenan las pantallas desde el «Nosferatu» de Murnau, algunas de las series B de William Castle o Roger Corman hasta llegar a las hipnóticas cintas japonesas o las maravillosas dos películas de James Wan sobre los Warren y en menor medida «Insidious», como burdos ejemplos de los múltiples que hay, abarcando la comedia, desde las de Abbott y Costello y sus historias fantásticas, «Bitelchús», algunas infantiles como «Casper» o las de «Scooby Doo» o algunas inclasificables como la extraordinaria «A ghost story» , gran sorpresa del pasado año. Todo un sub- género que «Winchester: la casa que construyeron los espíritus» viene a aumentar…aunque probablemente no mejorar.
Y eso que la premisa inicial es interesante, ya que a principios del siglo XX, un psiquiatra es enviado a la mansión de la viuda del creador de los rifles Winchester para comprobar si no se ha vuelto loca y puede seguir dirigiendo la compañía. Un hogar enorme en constante cambio, lleno de habitaciones y escaleras que no conducen a ninguna parte y que la renovación de habitaciones y tan curiosa disposición se debe a mantener y preservar el alma de los muertos por la herramienta que les ha dado la fortuna y su privilegiado nivel de vida. Parece ser, por lo que nos cuentan, que el argumento está inspirado en hechos reales y que esta señora construyó la casa y la mantuvo en reforma eterna hasta su muerte en 1922.
Como se puede ver la idea es buena, o por lo menos atrayente, aunque sí tiene un enorme problema; no da miedo. Y eso, en una producción de terror es imperdonable, ya que los sustos se dan al subir el sonido cuando se va a abrir una puerta y otros burdos trucos de este tenor, lo que demuestra que los gemelos Spierig no son dirigiendo ni la sombra de James Wan, a pesar de que toda su filmografía se enmarca en este tipo de cine como «Daybreakers». cinta de vampiros que tuvo cierta repercusión o «Saw VIII». Y así se plasma un mediocre «refrito» donde además de James Wan se puede encontrar referencias a «13 fantasmas» o a cierta ambientación de la Hammer, como son sus últimos largometrajes de «La mujer de negro», aunque hay que reconocer que ese inquietante ambiente gótico del inicio, casi victoriano aunque transcurra en Estados Unidos es de lo mejor del film, ya sea en la oscura fotografía de Ben Nott o en el diseño de vestuario y la dirección artística, además de contar con dos grandes actores en los papeles protagonistas: un Jason Clarke cada vez más asentado en Hollywood desde «El amanecer del planeta de los simios» y una gran dama como Helen Mirren, más histriónica que de constumbre y que se limita a mover el rostro, torcer el gesto y a colocar ojos escrutadores durante la hora y cuarenta minutos, que son quienes llevan la función ante unos secundarios que son meras comparsas y un guion con demasiadas lagunas que avanza sin demasiado interés con monstruosos fantasmas que aparecen y desaparecen ante la mirada atónita del doctor hasta la traca final donde el espectral ente principal demuestra su devastadora potencia, con posesión infantil incluida, con niño con saco en la cabeza como en «El orfanato» aunque con toques de «Los otros» o «El sexto sentido» al ver muertos que parecen vivos.
Producto fallido que si bien puede servir para pasar una tarde sin pretensiones, pues es de agradecer que no se hace larga y que entre ese mundo gótico (final romántico incluido aunque un tanto «cogido por los pelos») y las interpretaciones, sobre todo a Helen Mirren de negro poniendo caras, puede llegar a entretener aunque no soporte el más mínimo análisis y quede como una menor en el apasionante mundo de las películas de casas encantadas.
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