Con el reciente Primer Premio en el Festival de Cine de Casares nos llega el «debut» en la ficción de Víctor Basallote, un nuevo realizador que ofrece un «soplo de aire fresco» en el mundo del cortometraje, un terreno abonado a los «lugares comunes» y a las ideas, más o menos ingeniosas, pero mal desarrolladas.
Un trabajo que en menos de diez minutos sintetiza los principios de la comedia, con una idea clásica de presentación, nudo y desenlace que funciona desde el primer segundo, merced a una colección de «gags» muy en la línea del sarcasmo español que lo emparenta con ese surrealismo en lo real, esa astracanada cotidiana que fundó Valle- Inclán en teatro y que en cine bordó Rafael Azcona en los guiones para Berlanga o Marco Ferreri. Un argumento sencillo donde dos policías diametralmente opuestos deben llevar a cabo un rutinario control de alcoholemia a unos jóvenes borrachos, que se revelan como pícaros de nuestro Siglo de Oro, con una serie de imaginativas argucias para evitar que el delito fuera descubierto, como modernos «Lazarillos de Tormes» del Siglo XXI.
El argumento funciona gracias a un ritmo endiablado, lejos de esos montajes donde el plano más largo es de medio nanosegundo y que tanto gusta a los amantes del videoclip, pero cinematográfico en modo estricto, cuidando el plano y los diálogos y donde la noche, la oscuridad y las sombras se muestran como lugares donde los protagonistas pueden camuflarse, esconderse y engañar a los agentes de la autoridad que se revelan ineficaces en sus dos vertientes; la del descreído, de «vuelta de todo» frente a la rectitud moral y académica que paga su rigor con la burla y la chanza. Dos personajes encarnados a la perfección por Miguel Alcíbar y Carmen Lorenzo que junto a Antonio Bachiller, Javier Bódalo y Gonzalo Molina conforman el acertado reparto que el director andaluz dirige con maestría y buen tono y que junto a los técnicos consiguen que «Turno de noche» se revele como una de las sorpresas en esta temporada de cortometrajes.
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