Seguimos rescatando joyas de la filmografía de Corea de Sur. En el claustrofóbico entorno de un pequeño barco en medio del mar, Kim Ki-duk desarrolla sabiamente un complejo triángulo amoroso lleno de múltiples lecturas. Un anciano mantiene retenida en su barco a una joven adolescente desde hace 10 años. Ella ha crecido en ese mundo y no recuerda nada más. Todo empieza a complicarse cuando ella conoce a otro joven del que se enamora. Los personajes están aislados casi completamente del exterior, sin apenas conexión con la sociedad. El anciano ha creado sus propias normas sociales y ha sometido a la chica a ellas pero no puede evitar que ella tenga sus propios sentimientos, el conflicto está servido. Si la premisa es extrema (como casi siempre en este autor), el desarrollo no puede ser más poético. No hay un solo plano en tierra firme, siendo el barco y el mar los dos únicos escenarios de todo el film. Kim Ki-duk entrega un film precioso, de una belleza plástica que sólo el cine oriental es capaz y una poesía que muy pocos directores son capaces hoy en día. El film aboga por la sencillez de medios, con un arco y poco más se pueden decir y hacer muchas cosas: se puede predecir el futuro, mantener a raya a los rivales y tocar música ¿quién necesita nada más?
No sabemos el nombre de los personajes, de ninguno de ellos, ni falta que hace. Tampoco oímos las voces de los dos protagonistas, tampoco es necesario. Con un buen narrador y unos buenos actores sobran las palabras. Con miradas se pueden decir las mismas cosas que con decenas de palabras. Y si las miradas vienen de los ojos de Han Yeo-reum pues son para derretir a cualquiera, el veterano Jeon Seong-hwang también lo borda en su complejo papel pero su mirada tiene otros matices.
Puede que tanto rollo oriental / minimalista se le atragante a algunos espectadores aficionados al cine basura de yanquilandia (remakes, adaptaciones sin alma y vacíos efectos especiales), lo siento por ellos. Como le ocurre a la chica del film, ellos solamente conocen esa realidad y desconocen que hay otro mundo más allá del mar. No les faltará razón si me dicen que el final es demasiado metafórico y bizarro, puede ser. Pero todo el film es una metáfora de cómo intentamos retener junto a nosotros a aquello que amamos aunque no nos pertenezca o conlleve la destrucción de lo amado. El ser humano es así de complejo.
Hay quien dice que Kim Ki-duk no hace cine sino poesía, es muy probable. El arco es uno de sus mejores poemas.
0 comentarios