Por poco no los perdimos, pero aquí estaban, saldando una cuenta con Madrid. Graveyard, en plena forma, la sala But hasta la bandera y el público a sus pies, capaces de todo, comenzando el concierto con «Slow Motion Countdown», para entrar en calor suavemente.
La But, que a estas alturas se ha convertido en referencia por su buen sonido y no solo por dar cobijo a las tribus malasañeras, se reafirmó. Todo sonaba en su sitio, a destacar las dos guitarras que se desdoblan en melodías y ecualización: una gozada escuchar cómo conjuntaban su sonido a través de unos amplis que crujen como si tuviesen cincuenta años.
Pero, ay. No todo iba a ser perfecto. Al inicio podía uno pensar que Joakim estaba calentando las cuerdas, pero ya en «Magnetic Shunk», pasada la primera media hora, no cuadraba que el vocalista no atreviese con los agudos que tanta identidad le dan a sus canciones. A cada tema se hacía más evidente que el sueco tenía la garganta tocada y, pese a sus esfuerzos, faltaba uno de los ingredientes mágicos. Especialmente decepcionante en los clásicos «Hisingen Blues», «Goliath», «Buying Truth» y, sobre todo, «The Siren».
Al otro lado de la balanza tenemos a una banda que es todo atmósferas, crescendos y psicodelia. Graveyard se mantienen oscuros, se toman demasiado en serio su silencio y se concentran en su tarea: que el público alucine, cierre los ojos y se deje llevar por hipnóticos pasajes instrumentales. Magos del medio tiempo, tocan el cielo con «Too Much Is Not Enough», «Unconfortably Numb» y la preciosa «The Siren», en la que Joakim dio todo lo que quedaba de sí mismo, pues le costó hasta decir adiós.
Tirón de orejas por sólo 75 minutos de show, escasos. Entendible dado el estado vocal del frontman, pero espero que no sea la tónica general. Quizá, en su próxima visita, den el concierto definitivo. Estaremos esperando, pues hoy dudo que hayan perdido fans.
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