Reconozco que el cómic Heavy 1986 de Miguel B. Núñez ha ejercido en mi un viaje nostálgico a una época inolvidable (para bien o para mal) en la cultura del heavy metal en este país. Puedo identificarme con cada viñeta, porque yo viví esos tiempos. El heavy metal nunca ha vuelto a ser lo mismo a nivel social, no nos engañemos. Aquella semi «clandestinidad», ese sentimiento de hermandad, de pertenencia a un grupo de personas con las que te unía una pasión común, una forma de vivir que los tiempos han ido transformando. No era sencillo llevar el pelo largo en aquellos días. Dábamos miedo, porque eramos unos incomprendidos, porque abandonamos el camino de baldosas amarillas, solo éramos unos chicos que querían diversión, luchar cada día espoleados por riffs de guitarras. Ya nadie se asusta de las pintas, hemos pasado a juzgar a las personas (eso nunca cambiará) por otras cosas que nos ha ido imponiendo el cambio de siglo. No creo que llegue a asustarme o escandalizarme por la forma de vestir de mis hijos, o casi nadie lo haga ya a estas alturas. Veo chavales con «pintas» y la gente «normal» ya no se asusta ni mira con recelo sino que abundan las miradas sarcásticas. Y es que en el fondo tampoco hemos cambiado tanto, tengo amigos que no es que se hayan convertido en sus padres, sino directamente han mutado en sus jodidos abuelos. Ahora que lo pienso, si sus hijos algún día abrazan la rebeldía, posiblemente sufran su incomprensión que no deja de ser una forma de incompetencia vital.
Heavy 1986 nos narra la vida de un grupo de chavales en aquellos años. Historia cotidiana que todos hemos vivido. Unos padres que no te entienden (afortunadamente, los míos trataron de hacerlo en vez de censurarme), esas ganas de salir, de descubrir, de sentirte diferente. Esa necesidad de apoyarte en otros para combatir las miradas de desprecio, la rabia ante el que te señalaba con el dedo. Hace un tiempo, una compañera de trabajo me decía que yo de chaval era un tipo raro y que lo seguía siendo. Yo le contestaba que no era raro, simplemente no quería ser como ella, con 16, 17, 18 años no soñaba con una vida casadera y tardes de domingo en familia, yo me perdía fantaseando con otras cosas, otras historias que vivir, y aún en la actualidad, sigo intentando mantenerme fiel a mí mismo, sigo sin querer ser como muchos de ellos. Comentaba arriba que me siento muy identificado con lo que cuenta Núñez, porque todos hemos vividos aquellas historias, arreglarte lo máximo posible sintiéndote disfrazado porque tenías una entrevista de trabajo, esa especia de admiración por heavys de más edad que te contaban historias de tus bandas favoritas, cintas grabadas, litronas en el parque.
En cada historia contada hay una parte de nosotros, y ese es el gran acierto de este cómic, capaz de narrar en primera persona una forma de entender la vida. Abrazos, risas, peleas, amigos, sueños de libertad… todo con una banda sonora que el cómic lleva tatuada en primera persona. Esos problemas que quizás con el paso del tiempo descubres que eran livianos pero que en aquellos momentos eran un cara contra la pared. Conocidos que se perdían en el camino a lomos del caballo, sueños de la gran ciudad, de libertad, a escondidas de la policía, para los que eras objetivo constante, de periódicos sensacionalistas presos de una moral preconcebida. He disfrutado muchísimo de Heavy 1986, me lo he bebido varias veces, me sacia pero me mantiene las ganas de volver a catarlo. Si viviste aquellos años, no deberías dejarlo pasar.
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