No es habitual ver dos conciertos del mismo artista en 24 horas y en ambientes tan distintos. El concierto de ayer en Las Armas poco tuvo que ver con el ofrecido el día anterior como telonero de Guns N’ Roses. Sigo pensando que Lanegan no es un artista para caldear el ambiente antes de un gran grupo de rock. Su música y sus letras requieren de una atención que choca con la inmediatez del rock en grandes estadios. La banda y las canciones eran las mismas que el día anterior en San Mamés pero el aforo y el ambiente eran diametralmente opuestos. Esta vez el público sabía a lo que venía.
Con el cansancio en el cuerpo tras el viaje relámpago a Bilbao, me debato entre asistir al Rock & Blues para ver a Marc Ford o por el bolo de Lanegan en Las Armas. También es casualidad. Gana Lanegan. Últimamente están cayendo demasiados mitos de mi juventud como para dejar pasar esta oportunidad. Intenté asistir a las dos citas pero no me fue posible, lo siento, Ford, no me lo tengas en cuenta. A los zaragozanos Vero Mezcal les tocó la papeleta de Lanegan el día anterior, abrir para una banda bastante alejada de tu propuesta. El formato acústico le sienta bien a los temas de Vero Mezcal, pero creo que todavía les queda mucho camino por recorrer en busca de un sonido y un estilo propios.
Desde que salió a escena, Mark Lanegan se mostró frío y distante, actitud que no varió durante toda su actuación. Con cara de pocos amigos, o más bien ninguno, Lanegan apenas agradecía el cariño mostrado por el respetable. Cosas de ser un artista maldito. No hubo empatía con el público ni gestos de cara a la galería. Lanegan parecía molesto con el mundo o quizás tan solo consigo mismo. Fijaba su vista en un punto fijo en el vacío mientras nos iba desgranando sus miserias. Por momentos parecía que estaba cantando para sí mismo, como si de una catarsis interna se tratara, como si la audiencia fuera algo circunstancial y anecdótico. Su ajada voz parece que se va a quebrar en cualquier momento aunque, milagrosamente, aguanta hasta el final. Reconozco que lo pasé mal pensando en el estado de su voz, fiel reflejo de las zozobras del alma. Pero el tipo aguanta el tirón y sus canciones salen a flote por sí solas. Sonaron esas hermosas canciones marca de la casa como Harvest home, Gravedigger song, Sleep with me, One hundred days o Floor of the ocean. La banda responde mostrándose capaz de una ruidosa furia así como la más exquisita sensibilidad. Hubo hueco para el recuerdo de su etapa grunge al frente de Screamenig trees (Black rose way) y para los temas algo más sintéticos pertenecientes a su último trabajo Gargoyle como Death’s head tatoo y Nocturne (ambos formidables). Pero la voz de Lanegan nos arrastra hacia su particular infierno. Tras Death trip to Tulsa hacen amago de acabar el concierto pero la banda regresa para deleitarnos con el Atmosphere de Joy Division y acabar la jornada con el que quizás sea su tema más celebrado: Methanphetamine blues.
Fueron noventa minutos intensos, tortuosos y, por momentos, emotivos que los presentes, esta vez sí, disfrutamos.
Por cierto, no entiendo la moda de asaltar el escenario en busca de un setlist. Me parece una falta de respeto absoluta. Por muy fan que seas, creo el respeto hacia los artistas y su equipo no debe perderse nunca. No cuesta nada pedirlo educadamente, nunca he visto que se nieguen a darle el setlis a nadie. Como bien dijo el pipa de Lanegan «Get out of my fucking stage!!!».
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