KISS, the hottest band in the world. Quizás los escuchaste en alguna desaparecida emisora de radio, los viste en Aplauso allá por unos lejanos 80 o los descubriste en un anuncio de televisión. Puede que incluso los conocieras a través de videojuegos. Le molaban a Dimebag Darrell, a Scott Ian, a Garth Brooks, a Nicole Kidman, a políticos, a tu primo, tu vecina y hasta a tu padre. Y te molan a ti.
Y ellos quieren que siga siendo así.
En algunos aspectos, Kiss representan algunas de las cosas que más odio del mundillo musical en general y del rock en particular: un apetito megalómano que ha hecho que el resto del llamado show-biz parezca un mercadillo de segunda mano y que los ha convertido en un orgullosísimo producto transmedia que no deja de impulsar nuevas y cada vez mayores excentricidades con desmesurado y evidente afán recaudador. Y no quiero entrar en el terreno de los meet and greet y demás… Francamente, no comulgo con ciertas maneras de entender este tinglado; llamadme huraño (que lo soy).
Pero… los adoro.
Sí. Nunca reconoceré como verdaderos «adalides del rock» a un grupo de multimillonarios que están más cercanos a Hugh Hefner que a cualquier otro grupo, pero «mis» Kiss son sagrados. Llevo en la sangre cada riff, cada solo, cada estrofa y cada estribillo. Yo he querido ser Ace Frehley, he querido que sus canciones fueran mis canciones y he querido ser parte de esa fantasía rockera. Otro día, si queréis, ya hablamos de mi relación con Kiss, que menuda turra os habéis llevado hasta aquí, pero ahora hablaremos de su actuación el día de ayer en el O2 Arena londinense, ¡a la sazón mi primera vez con la banda (Ahora entenderéis el entusiasmo)!
Pues bien, multitud de gente arremolinada en torno al recinto. Gente, como decíamos más arriba, de toda clase de estrato, clase, edad, e incluso familias enteras. ¿Disfraces? Se contaban por centenas. ¿Maquillaje? Más de lo mismo. Bien por la organización que, pese a las rigurosas medidas de seguridad (cabe recordar que estamos en estado de alerta), se encargaron de las larguísimas colas con gran rapidez y eficiencia, dejándonos cierto margen para situarnos y esperar a que empiece el show, en un recinto gigantesco que se iba llenando cada vez más.
Mi colega Diego, kissmaníaco también y que no faltó a la cita, me advirtió que no me hiciera muchas ilusiones con los teloneros, siendo generosos. No erró Diego, no. Si Gene Simmons tuvo algo que ver en la elección y, como cabría imaginar por su carácter, se aseguró de colocar a un grupillo que no le hiciera sombra… aquí se pasó tres Detroits. No es que tenga nada especialmente ponzoñoso que decir de The Dives, pero tampoco nada especialmente notable. Había buenas intenciones, sí, pero también un repertorio que se me antojó aburrido, con una voz que no me terminó de convencer en muchas ocasiones… Entiendo lo difícil que puede ser telonear a los Kiss, pero si de tratar de animar al personal se trataba… a mí me estaba haciendo rematar la faena que empezó una larga jornada de curro escasas horas antes. Y es que parece que Kiss nos querían bien cansados, pues tras esta actuación nos tocó aguantar una larga espera hasta que volvieran a apagarse las luces. Ahora parece que empieza lo serio y, para cuando los altavoces bramaron «You wanted the best…», ya estaba yo más tenso que la vena del cuello de Steven Seagal.
Y van y arrancan con Deuce, entre humo y pirotecnia. Deuce. En toda la cara. Al entusiasmo del primerizo y el fanatismo por esos Kiss no se le puede añadir nada más. Por si fuera poco, resulta que Paul Stanley lo sabe. LO SABE. En un momento, pregunta al público si hay alguien que, como un servidor, está viendo a Kiss por primera vez para, acto seguido, prometer y sentenciar que «nunca olvidarán la primera vez con Kiss», y con semejante vacilada, cumplió.
Stanley es un showman magnífico. A pesar del maquillaje y artificios, supo meterse al público en el bolsillo de manera elegantemente carismática, incluyendo un breve momento de recuerdo al atentado de Manchester, para el que se guardó silencio. Todo con mucha clase, muchas tablas y una naturalidad que francamente mi resultó de lo más sincera, pese a toda la parafernalia. ¿Ingenuidad por mi parte? Puede, pero Paul sigue siendo un maestro.
Shout it out loud, Lick it up y I love it loud no necesitaron mucho para conseguir involucrar a todo el recinto, dejando cada vez el listón más alto y mis cuerdas vocales pidiendo la hora. Por supuesto, habrá más lucimientos personales: Gene Simmons en su papel de siempre, por un lado cumpliendo con su papel de demonio y dando la nota circense entre fuego, sangre y media actuación con la lengua fuera. Sin duda, se le ven los años pese a su hollywoodiense estilo de vida, incluso a veces parecía que estaba supervisando a sus empleados, pero sería injusto decir solo que cumplió. Muy difícil me resulta no rendirse ante esa introducción que anticipa God of Thunder, momento álgido de los Kiss donde los haya, con todo su numerito incluido. Tampoco voy a escatimar en elogios a Tommy Thayer pero perdonen que baje un poco el nivel de entusiasmo; a ver: lo hizo a las mil maravillas, sin duda alguna, pero no puedo evitar ver a un señor al que pagan para hacer de Ace Frehley. Dicho esto, se marcó un Shock Me estupendo y la fiesta sigue.
Y precisamente de temas fiesteros va la cosa: Crazy Crazy Nights. Todos en el público enloquecemos un poco más y seguimos agradeciendo que vayan cayendo War Machine o algunas más recientes como Say Yeah. Incluso para sorpresa de quien esto escribe, que guarda con cariño aquel reencuentro del 96 llamado Psycho Circus, fue toda una alegría escuchar el tema homónimo con Stanley en una plataforma en el centro del recinto. Sería en este punto cuando, una vez más, invita al público a acompañarles en la siguiente, que sería la colosal Black Diamond, con el hasta ahora discretísimo Eric Singer luciéndose en lo vocal. Tampoco dejaría de cantar solo, pues justo después vino Rock and Roll all nite y, qué duda, cabe; esta la sabemos todos.
Empiezan las despedidas y algunos se lo toman como una invitación a largarse y ahorrarse largas colas para coger el metro de vuelta a casa, pero la espera bien merece la pena: vuelta al escenario y I was made for loving you coronada finalmente con Detroit Rock City furioso y vibrante. Ahora sí, bajo los compases de un God gave rock’n’roll to you grabado, vamos dejando el O2 Arena. KISS LOVES YOU, reza el escenario. Esa noche, fue recíproco.
Efectivamente, recordaré esta primera noche con Kiss. Ofrecerán oro y oropel a partes iguales, sí, pero anoche ganó la fantasía del rock’n’roll y dudo que uno solo de los asistentes se volviera triste a casa. De hecho, si yo no tuviera orejas, mi sonrisa me habría dado la vuelta a la cara. Estaba claro que ese día era para nosotros.
Y, por supuesto, no voy a cerrar esta reseña sin dedicarle unas líneas a quien hizo esto posible, ni más ni menos que mi señora, the one and only Marta «Miss Marvel», que parece que no encontró calcetines de mi talla las pasadas navidades y tuvo que sacarse esto de la manga. ¡Gracias, bicho! Al final, voy a tener que seguir portándome bien.
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