Overkill fichan por Nuclear Blast y nos ofrecen su décimo octavo trabajo, siempre dentro de las coordenadas que nos son tan familiares a los que seguimos más o menos la carrera del grupo desde hace ya unos cuantos años. No se les ha considerado nunca dentro de los grandes del thrash metal, nunca dieron el salto que pegaron en su día Slayer o Anthrax. Pero ellos siguen fieles a un estilo que, ahora que se van haciendo mayores, les sigue dando de comer.
No hay sorpresas en el plástico, como no sea la de constatar que, al igual que les sucede a sus primos lejanos Kreator, Overkill mantienen una buena forma compositiva que hace que no recibamos un cedé suyo como un mero pretexto para embarcarse en una gira. No, señores, aquí hay chicha de la buena.
Hay toques punkis (o más bien hardcore) en la velocidad espídica que imprimen en las voces de “Goddamn trouble”, lo cual no es raro, pues ellos provienen de la costa Este, lugar donde el thrashcore y el hardcore se han familiarizado siempre con el thrash metal, por aquello de la hermandad de sonidos duros y directos. Lo mismo sucede en “Our Finest hour”, un tema de speed metal en un mundo donde ya no existe tal estilo. La velocidad es endemoniada y la voz de Bobby Blitz sigue en la misma buena forma de siempre, al menos en estudio. En “Shine on” se marcan más de seis minutos épicos de metal a la vieja usanza de la escuela Overkill; y lo superan en duración en “The long road”, con un inicio de coros que recuerdan lejanamente a lo hecho por Accept en los 80, pero enseguida se desvanece todo parecido cuando se lanzan en picado a una marcha desenfrenada de doble bombo y riffs atronadores.
En el tema que da título al disco también sorprende la duración, más de siete minutos, casi ocho, con un comienzo en el que Blitz parece olvidarse por un momento de sus voces rasgadas y nos ofrece, siquiera unos instantes, un timbre distinto, “limpio”, como se dice en los cenáculos del metal extremo.
La sorpresa llega al final del redondo, con una versión de Thin Lizzy, grupo con el que no guardan el menor parentesco de sonido e influencias. La canción es “Emerald”, uno de los temas emblemáticos de los chicos de Phil Lynnot, y no les queda nada mal. ¿Material para un futuro disco de tributo o de versiones? Quién sabe.
La producción es potente, como la de todos los discos que Overkill llevan publicando en los últimos años, con un toque cercano al groove metal que inventaron Pantera y que ellos empezaron a hacer suyo a mediados de los años 90. En definitiva, un trabajo que no es de compromiso, sino el resultado de haber sabido conservar durante una carrera de décadas la vena creativa de unos estupendos artistas.
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