En 1976 el maestro sueco Ingmar Bergman dirigía “Cara a cara”, una maravillosa película sobre la angustia vital de una mujer, donde destacaban los primeros planos de su actriz principal mostrando un temor existencial y unos sentimientos “a flor de piel”, por lo que se ha dicho en ocasiones que el largometraje parece un documental sobre el rostro de Liv Ullmann.
No tengo ni idea si Pablo Larraín se ha basado en la cinta nórdica para construir su extraño “biopic” de Jacqueline Kennedy pero hemos notado algunas coincidencias en su arriesgada puesta en escena. De forma intimista el chileno, en su primer acercamiento al cine en inglés, propone un viaje nada complaciente sobre el dolor y el vacío existencial, tras el célebre magnicidio de Dallas en 1963, a través del retrato de su esposa. Una mujer que por su condición de Primera Dama apenas podía reflejar todo el infierno que debía estar pasando en su interior, limitándose a mitigar su pena cara al exterior para demostrar una entereza que es probable que no tuviera. Y lo hace de la forma más complicada que uno pueda imaginar, pues desde la primera imagen donde solo avanza la cara arrasada por el dolor de su protagonista en una “steady cam” que repetirá en varios momentos, ya sabemos que la cinta no va a ser ni autocomplaciente ni sencilla. La más de hora y media que sigue de metraje no hace más que confirmar esa primera secuencia, filmando casi tres cuartas partes en primer plano, sobre todo de una colosal Natalie Portman, en un papel complejísimo, mucho más que el de la favorita al Oscar Emma Stone por “La La Land”, recreando una auténtica hagiografía del sufrimiento. Un personaje trágico que conmueve, sin necesidad de edulcorantes o recursos simples y que demuestra las altas miras en la que cimenta Larraín su proyecto.
Y escribimos la estupenda interpretación de Natalie Portman, pues es sin duda la más perfecta de la temporada, filmada, como mencionábamos unos párrafos más arriba, en primer plano y donde da un curso acelerado de mostrar la pena solo con los movimientos de su delgado rostro. Una actuación portentosa ante la que solo queda rendirse a la evidencia y que demuestra que Natalie Portman empieza a ser perfecta para estos papeles de mujer débil, de gran carácter y sufrimiento como dejó claro en “V de Vendetta”, siguió con su lección actoral de “Cisne negro” y que remata con esta. Ella es el principal y sólido argumento en el equipo artístico y que eclipsa a cualquiera que se ponga a su lado, con la excepción de John Hurt, un sacerdote con dudas, que nos deja de los mejores diálogos de la película.
El tono intimista se mantiene en la acertada banda sonora del casi debutante Mica Levi o la plomiza y sombría fotografía de Stepháne Fontaine, que junto con el vestuario consiguen la ambientación que requiere el filme. Lo que sí erra un poco más es el guion de Noah Oppenheim, alguien acostumbrado a las sagas juveniles (“El corredor del laberinto”, “Divergente”) ya que su planteamiento deja algunas dudas al centrarse solo en una figura y así quedan mal matizados algunas relaciones interesantes como con la familia de Lyndon Johnson, el sucesor de Kennedy o con su cuñado Bobby Kennedy. Es sin duda lo que hace bajar la nota final, aunque otros momentos sí tienen ese marchamo de calidad y emoción en el libreto como su relación con la prensa (en la entrevista que sirve de eje en la historia o el programa de televisión donde muestra la Casa Blanca) o el temor y la incomprensión de Dios en su casi confesión con un sacerdote católico en el cementerio de Arlington, aunque los constantes saltos en un montaje paralelo tampoco ayudan en más de un momento para ofrecer un momento concreto en la vida de Jackie Kennedy; las horas y días precedentes y posteriores al asesinato de JFK, los preparativos del funeral y el abandono de la Casa Blanca a ritmo del final del musical “Camelot”. Un lugar en el que nos gustaría refugiarnos en momentos de intenso dolor.
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