En 2010 David Fincher dejó claro en su estupenda “La red social”, la meridiana separación que hay entre éxito profesional y amistad y como el primero supedita al segundo. Eso lo podíamos ver en el personaje de Mark Zuckerberg, encarnado de forma magnífica por Jesse Eisenberg, que masacraba y estafaba a su antiguo amigo y co- fundador de Facebook Eduardo Saverin, interpretado en la cinta por Andrew Garfield, hundiendo sus acciones y apartándole de su vida cuando decide que no es necesario en la empresa y que lo mejor para sus intereses en asociarse con un “tiburón de los negocios” como el creador de Napster. La moraleja de la película era que por más dinero que tuviese y que su invento resultase fundamental para las interacciones de las personas del siglo XXI, el creador acababa solo (millonario, pero solo).
“Belleza oculta” es la antítesis de lo que narraba el director de “Seven”, pues gira en torno a lo mismo pero contado de forma opuesta. Me explico. Aquí tenemos una agencia de publicidad de prestigio, entendemos que con muchos y, muy buenos clientes, presidida por dos socios (Will Smith y Edward Norton), donde el primero es un creativo nato y el principal activo para generar beneficios con su idea de que la publicidad como la vida se basa en la muerte, el tiempo y el amor. Por una tragedia personal, este hombre entra en una profunda depresión que le hace ser negligente en su trabajo, pierde su matrimonio y las ganas de vivir. Al tener el mayor número de acciones de la empresa, el otro asociado, junto a dos CEO de confianza urden un taimado plan para incapacitarle y así poder vender la empresa, contratando a unos actores para que se hagan pasar por la muerte, el tiempo y el amor y así que esta persona pueda ser declarada poco cuerda. El problema radica en que todos tienen buenos sentimientos y quieren a su “jefe”, llamado Howard, por lo que no encuentran moral esta actuación. Esto les hará mejores personas, encontrando la belleza oculta (o colateral, como dice el título original “Collateral beauty”) en el drama personal.
Film típico de navidad, de buena gente, gran corazón y que sabes que va a terminar bien, porque es lo que demanda la historia. Todo irreal, pero da lo mismo, pues ese periodo del año da para estos pequeños milagros cotidianos donde la bondad es lo que prima. Aquí tenemos un hombre desesperado como el George Bailey de “¡Qué bello es vivir!”, y como en la obra maestra de Frank Capra los amigos son importantes para su redención y encontrar el sentido de la vida. Lo curioso es que la forma es enviándole un remedo de los tres fantasmas del “Cuento de Navidad” de Charles Dickens, por lo que el argumento parece un híbrido de estasdos inmortales narraciones. Y que no se me entienda mal, pues a pesar del “refrito” está muy bien contado y su guionista Allan Loeb saca partido al “libreto” y hace que se perdone el exceso de almíbar y tópicos de más de una secuencia. Buena culpa de ello es del director David Frankel, un tipo curtido en las series de televisión y que consigue un entretenimiento pasajero, fácil de ver y fácil de olvidar. Realización competente y académica que no molesta y que se centra en el extraordinario elenco que han logrado reunir, pues han conseguido juntar en la misma cinta a Will Smith, haciendo de él mismo, Edward Norton, Kate Winslet, Michael Peña, Naomie Harris y más destacadas en cuanto a resultado final Helen Mirren y Keira Knightley, junto al más desconocido Jacob Latimore.
No llegará a ser un largometraje que trascienda ni que pase a la historia del séptimo arte pero si uno tiene el día “sensiblero” pasará un rato agradable y el poco más de hora y media de visionado se consumirá sin apenas darse cuenta. Y solo por eso merece el aprobado.
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