Si hablar del black metal en si es harto complejo, situar su nacimiento como tal, se puede convertir en motivo de controversia. Evidentemente, Venom son parte importante de la ecuación, no por el sonido en si, ya que los británicos mezclaban NWOBHM y punk, sino por la temática y el claro posicionamiento estético, tanto a nivel visual como con sus portadas. Eso si, Venom reconocieron hace ya mucho, que lo suyo era pura provocación, nada más lejos. Para hablar de un sonido primigenio, que sea acorde al black metal, habría que nombrar ciertas bandas que si que podrían haber plantado la simiente del movimiento más underground del metal, al menos durante un tiempo. También son punta de iceberg Mercyful Fate, aunque su sonido se entronque en el heavy metal clásico del que son partícipes, la militancia satanista de King Diamond es prueba de fe. Habría que recordar a los brasileños Sarcofago. También se podría hablar de Possessed o de los primeros Slayer, aunque estos últimos digamos que su visión de la maldad involucrada en la música la entendían de otra manera. Europa fue caldo de cultivo de bandas como Celtic Frost, cuyo impacto visual si podría ser definido como un primer paso, aunque no olvidemos que desde final de los ochenta ya en Noruega, Mayhem andaban buscando una identidad propia. Si centramos como foco principal del black metal de los 90 precisamente a Noruega, porque consiguió aglutinar no solo a una serie de bandas capaces de condensar un salto más en la música, sino también por todo lo que le rodeo, yo me atrevo a posicionarme con Bathory como, si no padres, si mentores principales.
Y este razonamiento viene dado por el camino tomado por Quorthon con su banda. Si algo define al Black metal noruego de los noventa, además de su sonido, es su ideología. Ese odio al cristianismo enfocado desde dos puntos de choque, el satanismo y el paganismo. El ensalzamiento de la demonología y de los dioses nórdicos, como hacha destructora (o pira), para combatir un cristianismo impuesto a sangre y espada siglos atrás. Para comprender esta situación, hay que conocer la realidad de Noruega en aquellos años, en los que incluso por ley, una parte del gobierno debía pertenecer a la Iglesia Estatal. El cristianismo, algo muy arraigado en la población frente a los mitos, a la propia historia de la tierra. Y me remito a Bathory, porque si nos centramos en sus seis primeros y fundamentales discos, recogen ese transito que serviría como base ideológica del black metal, el satanismo de sus primeros tres disco y su paganismo y glorificación de la historia nórdica en los tres siguientes.
El paso del averno al valhalla se dio con el cuarto disco de la banda, «Blood fire death». Ya desde la portada, el abandono de la imaginería satanista para centrarse en una pintura de Peter Nicolai Arbor, que muestra a Odin con su martillo rodeado de una ejercito de Walkirias, mostrando el camino hacia el Valhalla. También el sonido viraba, sin perder ese halo de oscuridad tan propio de Quorthon, enlazaba la épica propia de una civilización marcada por el fuego y la sangre, y también por el honor. «Blood fire death» es una especie de puente entre el presente y futuro del metal de corte underground. Ese paso necesario entre el metal clásico y lo que vendría más pronto que tarde. El disco lo abre «Odens riden over Nordland», una intro que escuchar mientras te deleitas con la portada y te pones en situación para invadir cualquier población costera que se encuentre a tiro de tus Drakkars.
«A fine day to die» comienza de manera pulcra, con voces procedentes del Valhalla junto a ese sonido limpio que te va introduciendo a la vez que provoca esa desazón propia de antes de la batalla y que cuando quieres reaccionar ya es tarde y estás metido en batalla justo en el momento que la distorsión hace acto de presencia. «The golden walls of heaven» busca ese muro sónico, esa aceleración propia del thrash (no olvidemos que este disco es del 88), ese ataque frontal y directo, la confrontación violenta de la voz. «Pace ‘til death» con esa batería anfetamínica, y ese sonido emparentado con los primeros ataques viscerales de Slayer. «Holocaust» cierra una fase del disco donde la brutalidad y la velocidad impera por encima de todas las cosas, pero con un buen hacer fuera de lo común.
«For all those who died» busca centrarse en una épica oscura, con unos fraseos vocales que podrían emparentar con los Venom más rudos y un riff continuo que busca más la potencia y la sensación de pesadez que de velocidad. «Dies irae» es una muestra de lo que contaba de ese puente presente/futuro, porque sus tonalidades a pesar de centrase en el thrash de la época, muestran ciertos guiños a la evolución del género hacia terrenos más duros aún. «Blood fire death», la canción, es épica pura, un viaje por los campos de batalla espada en mano, con un ritmo de batería descomunal y una musicalidad tremenda. «Outro» pone punto final con forma de banda sonora y deja un disco que es imprescindible para conseguir entender la historia del heavy metal. Un disco de inspiración Wagneriana.
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