Sinceramente, me alegra muchísimo ver como siguen apareciendo bandas que enarbolan la bandera del rock and roll contra los vientos. No se que pensará la administración Trump del rock, si ese retroceso estacional que todos parecen vaticinar, esas nubes cargadas de gotas de guerra fría, llegaran también al mundo de las guitarras eléctricas, donde con anteriores administraciones, nos tocó vivir con engendros tipo P.R.M.C., que se autoproclamaba defensor y guardián de los buenos valores morales de la ciudadanía. Amo los States y a veces los detesto a partes iguales. Como no rendirse ante un país que nos dio el rock and roll, el blues y tantos músicos que forman parte de nuestra forma de entender la vida. Como no dejarse cegar ante las luces brillantes de la gran ciudad, mientras silbas con la mirada perdida la estrofa de «Welcome to the jungle». Quien no ha soñado en perderse por esas carreteras sin fin, donde el brillo del sol deslumbra sobre el asfalto al besar el aceite derramado por tantos vehículos que han desgastado neumáticos en su grava. Pero tampoco podemos olvidar que junto al farol que alumbra la puerta de entrada, se amontonan los restos de miseria que produce en masa un sistema donde el dolar se erige como dios único y verdadero. Las luces y las sombras de un país que tendríamos que inventar de no existir.
Una tierra con su propia banda sonora, que finalmente, en contra de todos sus principios se ha convertido en un sentimiento internacionalista, porque el rock and roll no coloniza, el rock and roll nos convierte a una fe de decibelios. Un dogma donde cada capilla tiene su propio santo revestido de vicios e historias para no dormir, donde el norte y el sur redimen sus diferencias, aunque sus canciones muchas veces, aún mantengan ese halo de procedencia. Ese anhelo de refrescar tu garganta en cualquier garito del polvoriento arcén y encontrar tocando una banda, que bien podría ser estos Stolen Rhodes, como mensajeros de la buena nueva. Los de Philadelphia llevan en su mochila fotos de los Allman Brothers y de Tom Petty, entre otros muchos apóstoles de su forma de tocar. Dos eps y dos discos, este último, «Bend with the wind», una verdadera gozada, con la que disfrutar de principio a fin.
Las guitarras de «Sunshine prophet» ya te avisan de que el rock sureño es la orden del día, fuerza y frescura, manteniendo la esencia más clásica. «Good time Charlie» vuelve a mostrar unas guitarras de infarto, mientras la sección rítmica marca ese ritmo tan marcado y familiar. «Devil from above» gana en intensidad, y a ello gana la voz, que se sale bastante de los patrones clásicos del rock sureños y se encuadra más cercana al hard rock de gente como Paul Rodgers. Ojo al inicio de «Preacherman», puro rock and roll, sin aditivos ni conservantes. Bonita y sentida balada «Save me», donde reinan las acústicas. Vuelven los ritmos rápidos de «Nowhere fast», de nuevo esa voz me seduce, junto a la guitarra.
«Get on board» bucea en las raíces del rock americano y en el blues, ganando en intensidad y fuerza contenida. Al igual que «Makin’ money», con ese organo fabuloso, y ese deje gospel de la melodía vocal, te engancha sin remisión. Sigue el momento de calma con «So long», preparándonos para la despedidas, que viene ni más ni menos, que de la mano de una buena cover del Boss, de su «Rosalita (come out tonight)». Buen discos el de estos tipos y especial atención a su vocalista. Andan en la agencia Teenage Headmusic, con lo que seguramente, pronto los veremos girando por aquí.
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