A veces me gusta mirar por la ventana, ver la gente pasar. No es curiosidad propiamente dicha, la verdad. No tengo un interés concreto en lo que pasa a mi alrededor, en saber de la vida de gente totalmente desconocida, a la que la providencia le ha colocado en mi campo de visión a una hora determinada. Está más relacionado con esa sensación de sentir la vida bullir alrededor, de comprobar como los minutos van pasando y muriendo acompañados de pasos acompasados que desgastan las aceras. Esa necesidad de sentir de que todo sigue en orden, sea lo que sea que signifique el jodido orden. Me gusta mirar por la ventana, con una taza de café en la mano, y música en los altavoces, normalmente, con un disco que me haga sentir especial, porque la música es mágica, gracias a esa combinación del que la toca y el que la escucha.
Pero realmente me siento vivo, por las cosas que ocurren a mi alrededor, dentro de mi reino de cristal. Una sonrisa, una mirada cómplice, un beso, una caricia. Una palabra en el momento justo, la complicidad de un sentimiento en común, el reflejo en los ojos de lo que siempre quise tener, y por supuesto, una canción, o varias, cuando son capaces de emocionarme y hacerme sentir y pensar, como cuando la culpa la tiene un Gibson tocada de manera magistral y una voz de la que no quisiera escapar mientras susurre melodías a mis oídos. Me dejo atrapar por este nuevo disco de Gary Rossington, en el que no hay resistencia posible cada vez que uno de sus acordes penetra en tu piel a través de tus oídos. ·TAke it on faith» es un disco del que no querer escapar, del que disfrutar cara a cara con gente de la talla de Billy Gibbons, Richie Haywared, Jack Holder o Reese Wynans, y por supuesto Dale Kramtz Rossington.
El guitarrista de Lynyrd Skynyrd, sufrió el año pasado un infarto, pero decidió hacer caso a Blue Oyster Cult y no temer a la parca, así que dejó aparcado ese baile que todos tenemos prometidos con ella para más adelante, y decidió poner toda su fe y esperanza en este disco, simplemente brutal. Calidad, clase y belleza se dan la mano de esa manera que solo los elegidos son capaces de discernir. Me vuelvo a asomar a la ventana y veo mi amado sur, mientras suena «Highway of love», con toda esa querencia adquirida y heredada de los ritmos del rock sureño. El alma se desnuda ante una canción como «I should’ve known», blues convertido en magia. «Take it on faith» se torna lenta, calmada, intensa, buscando tiempos pasados, y es difícil no sentirse en comunión con ella.
«Light a candle» es otra maravilla, que comienza con ese tono íntimo al que ayuda el piano, para ir creciendo en intensidad hasta llegar a un estribillo simplemente magistral. A mi me pierde una buena armónica, lo reconozco, y «Dance while your cookin» la tiene, pero no es lo único, ese ritmo sureño tan propio, tan marca de la casa. «Shame on me» es una fantástica blues ballad, de las que te pone los pelos de punta y los recuerdos en el disparadero de salida. Más rock sureño con «Good sides of good», directo y efectivo. El disco trata de mantener en todo momento ese ritmo pausado, de continuos medios tiempos, con subidas y controladas bajadas de intensidad, pero sin dejar en ningún momento de que el feeling baje de ese lugar tan alto donde lo ha colocado, y la balada «Through my eyes» vuelve a poner las cosas en su sitio.
«Something fishy» es un blues de ritmo clásico, dobro incluido, que te hace mover los pies aún sin ser consciente de ello. Sin abandonar el blues, nos encontramos con «Too many rainy days», en el que explora terrenos más eléctricos a lo B.B. King o Albert King. Otra balada, esta vez «Where did love go», se encarga de poner el corazón el bandeja para el siguiente asalto. Termina el disco con «Two very different things», poniendo la carne en el asador y mostrando que su guitarra puede llorar o gritar, a antojo del propio Gary. ¿Disco del año?, motivos no le faltan.
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