En 1986 el neoyorkino Spike Lee hacía su debut en el mundo audiovisual con “Nola Darling”, un curioso largometraje rodado en blanco y negro casi en su integridad, a modo semi documental sobre una joven de Brooklyn que en su búsqueda del hombre perfecto no quiere dejar a ninguno de sus tres novios, ya que por separado encuentra demasiados defectos pero cada uno de ellos tiene rasgos que hacen que unidos sean todo lo que ella busca en un varón. Trama políticamente incorrecta que sumado al talento en la realización de Lee le condujeron a una carrera como cineasta jalonada de títulos importantes como “Haz lo que debas”, “Malcolm X” o “La marcha del millón de hombres”, filmes con los que ha reivindicado los derechos de la población negra estadounidense… pero esa es otra historia.
Nos quedamos con “Nola Darling” y su forma de entender el amor heterosexual tomando el control de su cuerpo y sus relaciones en la conquista del amor. Imagino que tan arriesgado planteamiento solo se puede ofrecer en el circuito “underground” pues a pesar de la normalización de ciertas conductas sexuales, la poliandria todavía no se puede ver en los canones del cine comercial, pues en el llamado “cine para mujeres” donde este sector de la población es su principal destinatario y el que acude en masa a las salas, siempre van a ofrecer diversos estereotipos de “macho alfa” donde la protagonista deberá siempre descartar a uno (o varios) para quedarse con el “príncipe azul”. Esto se puede ver en sagas como “Crepúsculo” donde a la joven heroína se le ofrece la capacidad de elección entre la clase y buenas maneras de un vampiro atormentado o la virilidad y rudeza de un hombre lobo hormonado, dos imposibles con los que embaucar a las adolescentes (y las que dejaron de serlo hace años). Nada nuevo. Lo mismo ofrecía “El diario de Bridget Jones”, un libro de Helen Fielding de mediados de los noventa, con su adaptación cinematográfica de inicios este siglo, donde trataba a una mujer de treintaypocos profesional exitosa pero con una vida desastrosa; mala relación con su madre, bebedora, fumadora compulsiva y con dos obsesiones: cuidar su sobrepeso y encontrar el amor. Esta vez la vertiente masculina a la que descartar era o un refinado y estirado abogado al que le costaba mostrar sus sentimientos o un atractivo compañero, rico, guapo pero un mujeriego empedernido y un auténtico canalla. Tras dos películas, la original y la secuela de 2005, y una serie de catastróficas desdichas Bridget Jones, por fin, podía rechazar a uno y quedarse con el otro (no diremos cual por aquello de no destrozar el argumento para quien todavía no haya visto ninguno de los largometrajes). Lo mismo que en la saga juvenil pero dedicado a la joven profesional de prestigio al que le falta una pareja para completarse como mujer. Un planteamiento, como dirían las feministas, heteropatriarcal pero por mucho que lo critiquen esa minoría e inviertan millones de recursos en cambiar los planteamientos de la población en ingeniería social suele ser lo que la “gente” anhela y por ello el triunfo en taquilla de estas historias. Aunque a algunos les/ nos pese. Casi tanto como el título pues no entendemos no llamar a la producción “El bebé de Bridget Jones” y sí “Bridget Jones’ Baby”, ya que por el genitivo sajón el original es “Bridget Jones´s baby”. Cosas de nuestros distribuidores.
En esta tercera entrega de las andanzas de la insegura londinense se nos narra otro de los “leitmotiv” de las comedias románticas. La maternidad. En la actualidad Bridget tiene cuarentaytantos, sigue soltera al romper con su amor, ha adelgazado, dejado de fumar pero sus obsesiones son las de siempre. En esta tercera parte los dos hombres que competirán por ella son el frío abogado de siempre y un rico, atractivo y jovial matemático que ha conseguido el triunfo en internet con un algoritmo de compatibilidad entre personas. El caso es que ella se acuesta en poco tiempo con los dos, en el transcurso de una semana quedándose embarazada sin saber quién de los dos puede ser el padre. En ningún momento piensa en el aborto por lo que se generarán unos equívocos hasta que los dos pretendientes compartan la duda sobre la paternidad del bebé y eso haga que deban plegarse a lo que Bridget desee hacer y solo esperar que la madre escoja al padre para “vivir felices y comer perdices”. Ni que decir tiene que a pesar de los varapalos todo acaba bien e incluso el tema acaba en boda. El “amor romántico” triunfa y todas las mujeres (no pocas, pues a pesar de ser la primera sesión el cine presentaba buen aspecto) que había en la sala (de diferentes edades, solas, en grupo de amigas o con la pareja (masculina preferiblemente)) salen con una sonrisa en la cara.
Sobre los aspectos técnicos, dirección académica de Sharon Maguire, la responsable de la primera parte, que es curioso pero que a pesar del escandaloso éxito de la cinta apenas ha realizado nada más, una llamada “Incendiary” y esta. Cosas inexplicables pues a pesar de no arriesgar un plano su puesta en escena es lineal, muy televisiva y con exceso de primeros planos. Nada que la fulmine de esa manera de la carrera cinematográfica. Guion irregular de Helen Fielding, aunque no se base en ninguna novela suya, Dan Mazer célebre por ser el guionista de las celebradas y políticamente incorrectas películas de Sacha Baron- Cohen y la enorme Emma Thompson que además se reserva un papel secundario. Tiene algún momento divertido que provoca la risa pero su gran problema es que es la más aburrida de las tres y la que posee menos ritmo, con demasiados “clichés” para hacerse perdonar su conservador mensaje, así la madre encuentra una solución política defendiendo homosexuales y madres solteras, el frío Mark Darcy defiende a un grupo punk ruso, donde las cuatro integrantes son feministas radicales y por ello son juzgadas y los amigos van desde homosexuales compresivos a periodistas “salidas” y en las que confiar. Bien interpretados por todo el elenco, sobre todo la antes mencionada Emma Thompson con la flemática doctora y los dos “señores”, un Colin Firth en uno de esos papeles que borda y Patrick Dempsey muy en la línea de su trabajo en “Anatomía de Grey”, serie que salvó al otrora aspirante a estrella juvenil. No puedo decir lo mismo de Renée Zellweger, actriz que nunca me nos ha gustado pero a la que no habíamos visto desde su radical operación que le ha transformado la cara, eliminando cualquier tipo de expresión y que cuesta reconocer en más de un momento. No tengo ni idea si con el nuevo papel tendrá más contratos pero no hay nada peor para un actor que estas cirugías plásticas que les borran las líneas de expresión, cosa fundamental en su oficio. Algo parecido le sucedió a Nicole Kidman que en su afán de acabar con las arrugas llegó a parecer más un muñeco de cera que una persona de carne y hueso.
Lo que si me ha divertido es el tratamiento que se le da a los festivales de música. Algo “chic” donde disfrazarse de “hippie alternativa” sin perder el glamour, durmiendo en tiendas de campaña de diseño y vibrando con el exceso de alcohol y de sexo con el primero que pase, aunque siempre va a ser un tipo de revista. Son estas cosas que tiene el cine, ya que a todo el mundo le encantaría tener una profesión prestigiosa, ganar mucho dinero y que se peleasen por nosotros gente interesante y brillante pero la realidad es bien distinta para el común de los mortales, debiendo conformarse con lo que tenemos que con ambiciones imposibles que solo existen en la pantalla, aunque también aparezcan unos “hípster” triunfadores que a pesar de que esté pasando su momento han sido icónicos en las grandes ciudades, y no tan grandes pues donde vivo, un municipio de unos ochenta mil habitantes han copado la cultura con sus barbas, su música “indie” y su “postureo” cultural, jugando a estrellitas teniendo una vida tan miserable como la de todos.
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