Discos de reunión. Suelen generar una expectación inversamente proporcional a las críticas que reciben, lo que a su vez está íntimamente ligado con la velocidad a la que pasan al olvido y se dan por amortizados. Pensadlo bien, ¿Cuántos comeback albums hay, no ya a la altura del legado de la banda de turno sino disfrutables por derecho propio? Artefactos como “Psycho Circus” de KISS o “The Weirdness” de los Stooges son redondos proverbialmente fallidos, aunque tengan algo que rascar; productos largamente esperados como el regreso de Van Halen resultaban ser asaltos al cajón de sastre; grupos como The Replacements han firmado un regreso, en el mejor de los casos, anecdótico.
Si había una banda que, a priori, tenía todas las papeletas para firmar un trabajo que adoleciese de fallido, hecho a base de retales y anecdótico, esos eran los New York Dolls de los primeros compases del milenio: ¿Cómo iban a poder reproducir ese blitzkrieg a base de Stones, Chuck Berry y Ronettes con el que conquistaron su status de banda de culto en los primeros 70’s? ¿Cómo recuperar el fuego tras 32 (¡32!) años de sequía discográfica? ¿Sin Thunders? ¿Sin Nolan? ¿Con el también fundador Arthur ‘Killer’ Kane fallecido al poco de producirse la reunión? Pues con todos esos condicionantes y, contra todo pronóstico, las muñecas firmaron el que para este humilde juntaletras es uno de los mejores y más disfrutables comeback albums que ha podido degustar.
La primera incógnita (esto es, si se podía emular el paisaje sónico de su debut frisando la sesentena y salir bien librado) quedaba rápidamente despejada y es, a su vez, la clave del éxito del redondo: Los supervivientes Johanssen y Sylvain no pretendían en ningún momento ponerse en las botas de quienes fueron, pero tampoco intentaban establecer un año cero adhiriéndose a alguna corriente musical del momento que les pudiese favorecer. Eran, sencillamente (y así es como siempre debiera ser en estos casos), los mismos tipos con algunos años más.
Rodeados por una banda de mercenarios con cierto pedigree (A destacar el rocker escuela Thunders Steve Conte y Sammi Yaffa, bajista de la banda que llevó el testigo de los Dolls de las catacumbas de los 70’s a Sunset Strip, Hanoi Rocks) los New York Dolls del siglo XXI sonaban más profesionales que anárquicos; todavía capaces de morder pero limpios en la ejecución; fieles a su background rockandrollero pero capaces de mostrar una variedad de registros. La voz de Johanssen, por establecer un baremo, tenía más de entertainer rythm and bluesero cascado que los matices Jagger de antaño, lo que aportaba una porosidad, una fragilidad muy de agradecer en ciertos momentos del redondo.
¿Y las canciones? Por increíble que parezca, estamos hablando de un disco en el que apenas hay relleno. Pildorazos como “We’re All In Love” o la pluscuamperfecta “Gotta Get Away from Tommy”, rock and roll escuela stone a carta cabal (“Runnin’ Around”), disparos que no habrían desentonado, con otro tratamiento, en su periplo setentero (“Punishing World”,“Gimme Luv and Turn on the Light”, con aparición estelar de Iggy Pop). Pero lo verdaderamente excitante de este disco es la manera en que unos supervivientes del proto-punk, del Nueva York del Max’s Kansas City y la heroína retuercen su background para mostrarnos su cara más pop… Y lo consiguen. Firman cortes con madera de single como “Fishnets and Cigarettes” o la hímnica “Dancig on the Lip of a Volcano” que cantan a medias con Michael Stipe; sacan a pasear su vena más bubblegum y sesentera, deliciosamente tontorrona en “Rainbow Store” y muestran sus cicatrices en piezas como “I Ain’t Got Nothing” o ese monumento a la melancolía (la alegría de estar triste, decía alguien) que es “Take a Good Looks at my Good Looks” con la que echan el cierre.
Sospecho que es ese segundo tramo, esa segunda faceta del álbum la responsable de los detractores enconados que tiene. Es lo que pasa. El mayor rival de un grupo que regresa no es el one hit wonder de turno. No. Son ellos mismos, o mejor dicho, la percepción, la imagen congelada en el tiempo con la que el público, una parte de él, ha decidido quedarse. Una foto fija egoísta que, casi siempre, es imposible de proyectar a tiempo real. No, -lo que quedaba de- New York Dolls en 2006 no eran aquella camada de politoxicómanos hambrientos de éxito que deflagraron gloriosamente a mediados de los 70’s. Eran unos supervivientes de sí mismos decididos a vindicarse con un disco homogéneo, divertido, variado y, sorprendentemente, fiel a su idiosicracia original.
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