Todo comenzó en la ciudad de Olympia a comienzos de los noventa. Las cosas estaban cambiando y las mujeres, paulatinamente, parecían tener a la prensa de su lado. Kathleen Hanna y su banda, las Bikini Kill, se estaban convirtiendo en las autoras intelectuales y materiales de una nueva forma de entender el progreso de la mujer ligado al Rock, como fueron las Riot Grrrls. Desde su formación a finales de los ochenta, hasta su desaparición en 1998, elaboraron una serie de teorías basadas en la autogestión de la mujer en todos los ámbitos. Con la cultura del fanzine se ayudó a anexar a toda una comunidad de mujeres insatisfechas con el papel desempeñado por la mujer a lo largo de la historia. El fanzine, como explicamos en la entrega anterior, era el elemento intelectual para estas mujeres; la música, en cambio, era el elemento material para ejercer la protesta. Bikini Kill fueron las que mejor entendieron el mensaje. Aparte de la figura de Hanna, el conjunto tuvo en Tobi Vail –batería- Kathi Wilcox –bajo- y Billy Karren –guitarra-, a tres mujeres dispuestas a morir por un ideal. Sus primeras actuaciones –caóticas, interrumpidas constantemente por la energía de un público extasiado ante la idea de ver a ese grupo de chicas intentando desmontar todos los arquetipos de la cultura occidental-, reflejaban el cambio de la mujer a la hora de luchar por su libertad.
Álbumes como Yeah Yeah Yeah Yeah -1993-, fueron el sueño de la propia Hanna. Grabado en el sótano de su casa, teniendo a disposición toda una plétora de medios artesanales, el conjunto de Washington fue mucho más allá respecto de la edición de su ópera prima. Este trabajo reflejaba, con sus ritmos de batería anárquicos, guitarras desafinadas y voces ahogadas – presentes en Jigsaw Youth, This Is Not a Test o Rebel Girl, por ejemplo-, las desafiantes composiciones de una formación que, desde el underground, canalizó a la perfección la rabia y la burla a los patrones de comportamiento dominantes. Famosos eran esos recitales en los que, muchas veces, aparecían restos de orín en sus vestimentas. Las Bikini Kill hicieron suyo el concepto de postmodernidad; su música reflejaba los vaivenes de la última década del siglo pasado, al mismo tiempo que, involuntariamente, inspiraron a dos de los movimientos feministas más importantes de todo lo que llevamos del siglo XXI: Pussy Riot y Femen.
Babes in Toyland no tenían nada que envidiarle a las huestes de Hanna y Vail. Las de Minnesota, con Kat
Bjelland al frente, seguían un esquema bastante parecido a las de sus compañeras de escena. Lo fundamental era hacer del directo no una herramienta musical, sino social. Sobre la base de la música de sus queridos The Damned, Babes in Toyland supo a la perfección cómo aunar dos tendencias: por una parte, la emocional, consustancial a cualquier experiencia traumática –Kat fue hija de una hippie que la maltrataba continuamente-, y por la otra, la política. Mientras que sus compañeras de escena mantuvieron una postura mucho más circunscrita a la liberación de la mujer, las de Minnesota explotaron a la perfección las contradicciones y contingencias del sistema norteamericano. En el aspecto musical, Fontanelle -1992-, por ejemplo, marcaba la evolución del sonido de Sonic Youth en Sister -1987- o el aclamadísimo Daydream Nation -1988- en muchos aspectos. La producción de Lee Ranaldo, miembro, por aquel entonces, de la banda capitaneada por Kim Gordon, es pedregosa, taimada y contundente. Composiciones del calibre como Handsome & Gretel, Spun o Blood no se quedan sólo en la mera disonancia instrumental; Bjelland, en todo el álbum, ahonda mucho más en su potente registro, manejando con maestría el uso de gruñidos y líneas vocales más dúctiles: Babes in Toyland, quizás queden como antiguas reliquias de un pasado reciente aún sin explorar; pero, al igual que sucede con Bikini Kill, su lucha a favor de una unidad de la mujer y el tratamiento sociológico a la hora de sustentar el avance de éstas, no ha de quedar en el olvido.
El papel que adoptaron muchas de las feministas de la tercera época fue el de, en algunos sentidos, enmendarle la plana a las de la segunda ola. En los años sesenta y setenta, el papel de este movimiento se adhirió a la necesidad de continuar con los avances de la primera ola –especialmente en lo tocante a los derechos civiles y políticos-, haciendo recaer el acento, también, en la lucha contra la jerarquía masculina, llevándolas a preconizar la búsqueda de una sociedad matriarcal que las condujera a la absoluta autonomía. La tercera ola, la cual podríamos decir que comenzó en el verano de 1992, se conformó en torno a tres ideas: multiculturalismo –la idea de un feminismo universal, sin distinción alguna en lo concerniente a razas, lenguas y religiones-, la reafirmación de la idea de que éstas han de abandonar la teoría de la maternidad como corsé para su independencia, para promoverla y disfrutarla y, sobre todo, la supresión del criterio único en lo referente a cómo ha de ser una mujer. La tercera ola buscó la aceptación de los diferentes modelos existentes de ésta. Ninguna mujer está legitimada para decirle a otra cómo actuar o pensar.
Las Riot Grrrls, desde un principio adoptaron una postura mucho más cercana a la de Naomi Wolf – la afamada asesora y consultora política que elaboró una excelente tesis la idea de una mujer perfecta moldeada al antojo por el mundo de la moda y los medios de comunicación-. El conjunto californiano L7 –asociado de forma errónea al Grunge-, liderado por Donita Sparks, se hizo famoso, en términos musicales, con álbumes del calibre de Bricks Are Heavy -1992-. Producido por Butch Vig, el mismo que, un año antes, había hecho de Cobain la referencia de la Generación X con el citado Nevermind, el combo angelino conjuntó a la perfección el Punk británico –siempre hubo más en ellas de los Sex Pistols que de The Ramones-, con los toques de Blondie en los estribillos de Pretend We´re Dead. Por otro lado, las melodías vocales de Shitlist, los contaminados riffs de guitarra de Wargasm o Monster las situaron como una de las formaciones más eclécticas dentro del movimiento y las que mejor supieron fertilizar la influencia de la citada Wolf en sus composiciones. Las Riot Grrls, en resumidas cuentas, pese a lo efímero de su proyección musical, insuflaron a la doctrina las certezas necesarias para que otras artistas de su generación y posteriores entendieran el cariz transversal de ésta, la cual se iba abriendo y enfrentando a nuevos desafíos como la teoría queer –la disidencia en cuestiones de género e identidad sexuales-, el ecofeminismo –tratado superficialmente por Hynde– o la prostitución y explotación laboral. Pero eso, señores, será en otras entregas.
Bibliografía escogida:
- Christa D Angelica – Beyond Bikini Kill: A History of Riot Grrrls To Ladies
- Naomi Wolf – The Beauty Myth
- Nicholson – Feminismo/posmodernismo
- VIII Jornadas contra la LGTBfobia, Seseña sobre Feminismo y Género
- Agenda de las mujeres – El movimiento feminista ante las políticas neoliberales de los noventa
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