Parte del encanto de esta banda reside en su clasicismo: ni espectáculo, ni poses ensayadas, ni imagen estrictamente definida. Lo único a lo que el público puede agarrarse es a su música. Esto, que debería ser regla general, el quinteto, remando remando contra las olas del presente, lo fuerza tocando en penumbra y moviéndose lo justo sobre el escenario. Montan, tocan y dan las buenas noches.
El muro de sonido que ofrecen en directo, ladrillos de volumen y compenetración, no funcionó tan bien en Arena como en el pasado Azkena por culpa del sonido, algo ya habitual en esta sala cuyos graves hace tiempo que no suenan como deben. Incluso en los interludios los bafles del lado izquierdo chirriaban continuamente. Así, en los clímax de los temas de IV, cuando el grupo nos subía al cielo, justo antes de tocar el sol era inevitable caerse, pues lo que antes era medianamente nítido se convertía en una bola de sonido que arrasaba con el bajo y las voces. Canciones como «Stormy High» se vieron desmerecidos por ello.
Por lo demás, los Black Mountain cumplieron con creces. Las pegas no podían ser más circunstanciales, pues tocaron prácticamente entero su flamante IV, un álbum repleto de géneros y variaciones que van desde el rock clásico al kraut, con influencias de Pink Floyd a Black Sabbath. En directo representaron con convicción y soltura los tremendos pasajes de guitarra y teclado de canciones como «Defector» o «Space to Bakersfield», así como las armonías vocales de «Line Them All Up» o «Cementery Breeding», coordinando en ocasiones hasta cuatro voces.
Las variaciones entre estudio y directo fueron apreciables en intensidad y no en forma, pues no se perdieron en improvisaciones dilatando los pasajes más atmosféricos, sino que optaron por potenciar una guitarra que desde «Mothers of the sun» -un himno- nos voló la cabeza, un sonido agresivo, distorsionado, más propio del stoner rock que de lo que sea que toquen Black Mountain. Nada que objetar.
De haber tenido lugar el concierto en una sala con mejor infraestructura, estaríamos hablando de uno de los bolos del año. Mandando las circunstancias en este caso, me quedo con lo mejor: una intensa hora y media sin lugar para la charla o la presunción en la que la música de este quintento, en ocasiones, nos elevó lo suficiente como para recordar durante mucho tiempo.
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