Dan Baird and the Homemade Sin
Querido Dan Baird,
Has de saber que, vengas las veces que vengas a la capital, contarás con mi presencia. Es un placer comprobar cómo, año tras año, tu ánimo sobre el escenario no merma. Si alguien me asegurase que, llegado a tu edad, acudiré como espectador a algún concierto con la misma tenacidad que luces en los tuyos, sería un poco más feliz. Total, hagas lo que hagas en estudio -bastante ramplón en los últimos años, cierto es-, en nuestros clubes le vais a dar brillo a base de sonrisas y malabarismos, le dais complicidad instrumental, y lo representáis con la diversión que le pedimos al rock and roll. Tú y tus Homemade Sins cumplís a la perfección.
Dan, por favor, no eliminéis jamás del repertorio los clásicos de los Satellites. Ni se os ocurra prescindir de «Mon Cheri», «Railroad Steel», «Keep Your Hands to Yourself» o «I Dunno». Esos temas son tan grandes que ya no los podéis controlar, y han crecido tanto que, por buenos que sean vuestros nuevos clásicos, como «Younger Face» o «Crooked Smile», que anoche, otra vez, nos pusieron a bailar, van a ser los picos altos de vuestros conciertos. Nunca nos vamos a cansar de ellos.
Sin embargo, no te perdono que entre tanto tema cañero, que bien encadenasteis sin apenas para para afinar aprovechando la escasa hora y cuarto de que disponíais, os dejáseis en el tintero y muy disimuladamente, «All Over But The Cryin'». Me la he tenido que meter en vena desde que me he despertado para quitarme el disgusto.
En Madrid, Dan, nos faltan salas de calidad. Sabemos que los promotores hacen lo que pueden, pero por culpa de emplazamientos no del todo idóneos, conciertos como el vuestro no suenan como deben. Poco nos importó que durante el primer tramo sonaseis un tanto embarullados; dile de mi parte a Warner E. Hodges que con sus vueltas de peonza y sus pañuelos nos lo hace todo más fácil. Ah, y a Mick, que siga comiendo lo mismo, que ya me gustaría saber lo que es.
Me despido afirmando que el público necesita bandas como la tuya. Apuestas seguras. No estamos para jugárnosla con entradas caras, con vagos o con bandas de pega. No te retires nunca, Dan, mientras el inevitable desgaste te siga dando tregua para ofrecer bolos como este.
Salud y rock & roll, Dan.
Junkyard
Me falta morro y confianza para escribirles. Como primera vez con la banda angelina, me limitaré a reportar lo acontecido. Desde un punto de vista más objetivo, pues no soy fanático confeso de las huestes de David Roach, pude discernir lo que fue un concierto notable, pleno en actitud, ensombrecido por un sonido deficiente. Y es que la Sala Arena, ya se sabe, es una ruleta rusa.
Como buena banda yanki de finales de los ochenta, Junkyard se comen el escenario como el apetitoso manjar que es. David, cerca de lanzarse al público, se contentó durante todo el concierto con arrope de los fans de las primeras filas, compartiendo micro y apretones de manos. El resto, con un repertorio de poses, seriedad y presencia, le cubrían convencidos. A destacar un Muzingo empeñado en destrozar su batería, un animal salvaje de los parches que, por culpa del desnivel de volumen, se comía a sus compañeros en largos tramos.
Las guitarras, que no empezaron a sonar decentemente hasta mitad del concierto, se confundían entre riffes y solos, a pesar de una coordinación digna de ensayos. Trallazo tras trallazo, los cuatro primeros apenas se diferenciaron, bien porque la banda aprovechó sus 75 minutos no parando entre canciones y tocando a velocidad de crucero, o peor, por la mala definición sonora y el considerable volumen. Y aunque a partir de entonces este aspecto mejoró, el concierto habría resultado sobresaliente con una configuración (o emplazamiento) idónea.
En cuanto a la banda, chapó: no se cortaron en sacar los clásicos del baúl de los recuerdos, repasando casi por completo su primer álbum y volando cabezas a base de «Back On The Streets», «Simple Man», «Shot In The Dark», «Hollywood», «Life Sentence», «Long Way Home» o «Hands Off». Trallazos interpretados a toda hostia, a volumen de rocanrol, como si de otra época y lugar se tratase. Sobre las tablas, unos tipos que luchan contra el paso de su tiempo, que ayudan a sus fans a luchar contra el paso del suyo.
A las 23:00, con las luces encendidas y cerca de recibir empujones por parte de Seguridad, la banda, echándole narices, volvió a escena para despedirse de sus queridos españoles, enchufados y con ganas de más.
De nuevo, un recinto que hace las veces de discoteca nos cortó el rollo, a nosotros y a ellos. El conjunto dejó un sabor de boca más dulce que agrio, ambas bandas de notable para arriba aguadas por el contexto. ¿La sensación final? Viejas glorias en forma, hasta hoy, infalibles.
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