Es «Beggars Banquet» un punto de inflexión definitivo en el imaginario stone, por varias razones. Tras un año de flirteos indisimulados con la psicodelia más barroca y marcado por sus primeros escarceos serios con la autoridad competente tocaba pisar suelo: Adiós a los gurus, las flores en el pelo y los paseos infinitos «In Another Land»; Hola -de nuevo- a sus raíces blues en su versión más austera, siendo la inmediatez y la crudeza dos de los invitados prominentes a éste vivificante banquete de letrina.
Por otro lado, el elepé asienta las bases de lo que será el libro de estilo a seguir por la banda durante al menos un lustro, a saber: Es el primero que cuenta con Jimmy Miller a los controles, hombre y nombre fundamental en el sonido de la banda en todos y cada uno de sus discos hasta «Goats Head Soup»; la presencia de Brian Jones durante su gestación fue poco menos que testimonial, lo que se tradujo en un déficit de sus acostumbrados arreglos excesivos con gusto por el exotismo; Asimismo, Keith Richards comenzó a experimentar con el uso de afinaciones abiertas (open-E y open-D). De la suma de éstos y otros factores resultará una curiosa circunstancia: Pese a encontrarnos en los estertores del ’68, los stones acaban de inaugurar su periplo 70’s por todo lo alto.
«Sympathy For The Devil», pese a lo expuesto más arriba, aún guarda conexiones con su etapa inmediatamente anterior, aún a título conceptual (ese gusto por la provocación de tintes ocultistas, con su dosis de ambigüedad) En lo musical, otra historia. Resulta increíble que lo que en principio iba a ser una canción que pretendía emular los esquemas compositivos de Bob Dylan acabase convirtiéndose en lo que fue: Más de seis minutos de vudú y rock and roll, desde su contenido comienzo al desquiciado final, preñado de destellos eléctricos, pulso tribal y adictivos coros.
La calma vuelve en «No Expectations», prototípica historia, como tantas otras del blues, de trenes y despedidas, amén de ser la primera incursión acústica del redondo. No será la última. Tras los excesos arties de antaño, el grupo parece decidido a renovar votos con su background country, blues y folk, teniendo estos sonidos un peso específico a lo largo del disco, así como en las sucesivas «Dear Doctor», «Parachute Woman» o «Jig-Saw Puzzle».
«Street Fighting Man» es harina de otro costal. Deudora en lo lírico del convulso contexto del momento, en lo musical entronca con pasadas exhibiciones de poder, siendo un corte que no habría desentonado entre los surcos de «Aftermath» o, incluso, «Out Of Our Heads», con su riff a base de acústicas saturadas, percusión a bocajarro y un sutil sitar de fondo.
«Prodigal Son», blues de manual, da paso a otro de los highlights contenidos en «Beggars Banquet», «Stray Cat Blues», corte vacilón y afilado cual cuchilla de afeitar, jalonado de versos que no destacan por su sutileza («i bet your mama don’t know you can bite like that/ i bet she never saw you scratch my back) y cuya estructura, en palabras de Mick Jagger, bebe de la en ese entonces flamante Velvet Underground, más concretamente de su gloriosa «Heroin».
Si de «Street Fighting Man» decíamos que retrotraía a la faceta más garagera del grupo, «Factory Girl», por su parte, hubiese encajado sin problemas en un «Between The Buttons», con su fresco corazón folk, a medio camino entre la tradición hindú y la irlandesa, fusionando tablas y mandolinas en un todo de lo más cautivador.
Poniendo punto y final al album, «Salt Of The Earth», brindis por la condición humana en clave acústica con coda gospel, y uno de los momentos álgidos del trabajo, imposible resistirse a la manera en que Keith, todo charm, canta la primera estrofa; inconcebible sustraerse a cómo entra Jagger en la segunda cantando eso de «Say a prayer for the common foot soldier/Spare a thought for his back breaking work». Un broche inmejorable para una obra con hechuras de piedra filosofal.
«Beggars Banquet», ya lo decíamos, marcó a fuego con sus principios la galaxia stone. Su gusto por las raíces, su apuesta por lo directo y su aversión por la vacua pretenciosidad pueden rastrearse en casi cualquiera de sus obras posteriores. No, jamás volverían a caer en aquello que lastró «Their Satanic Majesties Request». Cometerían otros errores, por supuesto, pero nunca más a costa de su inmediatez.
Asimismo, quedaba establecido un nuevo canon sónico, cuyos frutos -entre los que hemos de incluir este long play– son saludados, casi por unanimidad, como lo más granado de su producción. Casi nada.
0 comentarios