MAMarillion supieron a la perfección cómo enfocar muchos de los ‘problemas’ de los que adolecía el Rock progresivo en los ochenta como, por ejemplo, que la nueva generación no estaba muy dispuesta a tolerar esa pompa de grandilocuencia y pretenciosidad de los grandes maestros del género. Junto con formaciones como Pendragon y IQ, los británicos encabezaron una nueva evolución del género -el llamado Rock-neoprogresivo- basada en un virtuosismo mucho más moderado, predominio de sintetizadores y, sobre todo, en melodías vocales de corte Pop que casaban a la perfección con la tendencia musical del momento. Si con álbumes como Script For A Jester´s Tears -1983-, Fugazi -1984- y Misplaced Childhood –1985-, el quinteto formado por Fish, Steve Rothery, Mark Kelly, Ian Mosley y Pete Trewabas asaltó, definitivamente, el mercado en Europa, de la mano de espectaculares presentaciones en las que su vocalista honraba con ingenio y maestría el dominio escénico, así como la iconografía de Peter Gabriel, con  Clutching Straws -1987-, los británicos evolucionaron hacia terrenos mucho más oscuros y baldíos.

Como todo disco de la formación, Fish siempre retoñaba historias de índole autobiográfica para modelar el cuerpo del álbum. Con Kayleigh y Lavender descubrimos no sólo el vacío que deja la soledad cuando en el amor no hay puntos suspensivos posibles y viene, de forma irremediable, el punto final. Entendimos, también, que los demonios internos, al igual que son necesarios para producir grandes obras en cualquier disciplina artística, sirven para trazar una linea divisoria entre lo que diferencia a los mortales de los genios. El vocalista de la banda, insuflado por esa misma pasión y melancolía que la de los poetas románticos ingleses como William Wordsworth, nos relata, en el cuarto compacto, la historia de Torch: una prolongación del bufón que apareció en los tres trabajos anteriores. Es joven, está en paro, es alcohólico, y siente que ha fracasado en todos los aspectos de la vida. Su único consuelo lo encuentra en las barras de los bares, en los tristes hoteles donde se aloja y, en resumidas cuentas, en el entorno urbano.

Clutching At Straws, el último larga duración de la formación original, se aleja de la melancolía dulce de Misplaced Childhood y recuerda, por momentos, a Script For A Jester´s Tear. Con un sonido mucho más oscuro a la par que íntimo, en los que no faltan, por supuesto, el eclecticismo musical propio de los ingleses, los integrantes de Marillion consiguen, una vez más, construir un entramado sonoro donde todos brillan con luz propia. Desde el espectacular arranque con Hotel Hobbies hasta The Last Traw/Happy Ending, las suavísimas melodías vocales, la refinación instrumental, personificada, sobre todo, en el estupendísimo trabajo de Rothery y Kelly a la guitarra y el teclado, respectivamente, vivifican unas canciones en las que un Fish decadente, por aquel entonces, sumido en esa especie de mal de altura que proporciona la fama, hastiado de las giras extenuantes y una relación cada vez más tirante con sus compañeros y un manager que les obligaba a tours inmensos -de los que él se llevaba un 20%-,  consigue alejarse de la inocencia y el candor de cedés anteriores para elaborar canciones más duras y contundentes.

La base rítmica, también alimentada con la ponzoña del cansancio y la frustración de estar convirtiéndose, poco a poco, en esos Welcome To Machine de los que hablaba Pink Floyd en su álbum Wish You Were Here, se muestra mucho más intrincada y compleja. Sin embargo, aquí tampoco renuncian a la accesibilidad. Recordándonos a las composiciones a las que aludíamos en el segundo párrafoen cambio, Incommunicado, se torna mucho más animada y fácil digerir: directa y sin aderezos innecesarios. Sin embargo, la sensación que dejó el último álbum de Marillion, aparte de la de haber hecho una de las tetralogías de discos más espectaculares de todos los tiempos, es, al igual que sucedió con los Genesis de The Lamb Lies Down On Broadway, fue  la del fin prematuro de un combo que, con el último disco de su formación clásica, aún podría haber seguido haciendo historia. Los acontecimientos posteriores. la conocemos todos: Fish abandonó la banda, Steve Hogarth, un vocalista con un tono mucho más meloso, deudor del Pop-Rock, cogió el micrófono de la banda y éstos fueron, paulatinamente, olvidando ese estilo sinfónico o neo-progresivo para explorar sendas musicales -también muy recomendables, por cierto-, mucho más íntimas, personales y ribeteadas por unas paulatinas influencias, entre otros, de U2 y Radiohead. De lo que no se puede dudar es, ante todo, del buen gusto, el tacto, y la habilidad camaleónica de no solazarse en el pasado y mirar siempre hacia delante: Clutching At Straws esla prueba de ello.

MARILLION – Clutching At Straws

by: Alex Palahniuk

by: Alex Palahniuk

Veinticuatro años. Estudiante de Derecho, amante de la música, la literatura, el ensayo y apasionado de la escritura.

1 Comentario

  1. Tomás

    Impresionante reseña. Felicidades, Álex!! Una obra maestra que lamentablemente quedó injustamente infravalorada desde su publicación,, a la sombra del Misplaced Childhood y sellada como «The Final Cut» de la etapa más maravillosamente épica, fresca, profunda y creativa de Marillion. Fish en estado puro, y el resto de la banda en estado de gracia. El final de una tetralogía absolutamente imprescindible, de principio a fin.

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