No tengo muy claro si «Aftermath» podría definirse cómo la hipotética clausura de la primera etapa stoniana o cómo la piedra de toque que dió paso a otra completamente nueva. Los datos objetivos, incorruptibles, señalan que es su primer lote de canciones originales en su totalidad, asentando la hegemonía del tándem Jagger/Richards, duunvirato que desde ese momento raramente cederá competencias en el plano compositivo.
Pero no es sólo la -por otro lado significativa- cuestión de la autoría de los temas la que define el paso adelante dado por el grupo. No. También habría que señalar la vocación abiertamente unitaria, de concepto, que exhibe el album, el protagonismo que adquieren los excéntricos arreglos de Brian Jones y, muy especialmente, la capacidad que muestra la banda de expresarse en un lenguaje nuevo; empleando códigos anclados en sus influencias pero, a su vez, en progresivo alejamiento de éstas, componiendo un fresco de pop, garage, rock and roll, blues, música hindú y atmósferas oníricas que, sencillamente, no sonaba a nada que se hubiese facturado con anterioridad.
El elepé abre con un póker difícilmente superable: «Paint It Black», un corte dotado de un irresistible aura demoníaca (Sin permiso de «Sympathy For The Devil») seriamente acentuada por el uso del sitar y la poderosa batería; la prototípicamente chulesca «Stupid Girl» en contraposición a la delicada y evocadora atmósfera de «Lady Jane», prólogo de tantas cosas por hacerse; «Under My Thumb» es, quizás, la mejor canción del redondo y de seguro una de las cimas de la banda: Llevándonos a un paisaje cercano al expuesto en «Paint It Black», jalonado de enigmáticas marimbas, asistimos a una historia de tornas que se han vuelto, dónde el sometido pasa a someter. Pero no parece haber júbilo, sino más bien una soterrada melancolía en la voz de Mick y el minimalista solo de Keith, bordando un temprano ejemplo de contraposición entre música y letra. En «Doncha Bother Me» se vuelven a enfundar en su traje de finos valedores de la música negra, descolgándose con un pulido número de basamento bluesy. Cerrando la cara, «Think», de espléndidos matices jangle y con esa cualidad entre misteriosa y taciturna tan atrayente.
«Flight 505», de mimbres rockandrolleros y propulsada por el piano del stone en la sombra, Ian Stewart, da paso a «High And Dry», número en el que sacan a relucir las acústicas y coquetean con esas texturas raunchys que tantísimo peso acabarían por tener en obras cómo «Beggars Banquet». «It’s Not Easy» juega la carta del rock trotón y saturado, mientras que en «I Am Waiting» vuelven a demostrar su condición de maestros a la hora de facturar cortes capaces de transportar a otra dimensión a aquel que los oiga. Los ¡Once minutos! de «Goin’ Home» despiden «Aftermath» a ritmo de rythm and blues que deriva -o degenera, según las preferencias sónicas de cada cual- en caótica jam de retazos psicodélicos. Es de justicia reconocer que la cara B no posee el nivel de su antecesora, pero teniendo en cuenta lo que en ésta se exponía hay que reconocer que era empresa harto complicada, por no decir imposible.
«Aftermath», cerrando el interrogante planteado en el primer párrafo, suponía culminación y comienzo a un tiempo, pistoletazo de salida a una era nueva y salvaje, en la que el mundo dejaría de ser en blanco y negro para siempre y a la que le pondrían banda sonora durante un buen puñado de años, empezando por esta colección de canciones dotadas del don de la atemporalidad, de esas que podrían haber sido grabadas casi medio siglo antes o hace un par de horas.
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