Seguro que habéis leído lo de ese estudio sobre los tiburones y el death metal, al menos el titular, porque la cosa no va más allá de los consabidos graves. No se, yo al menos no me meto en el agua escuchando música, y si lo hiciese, no seria cargando con unos altavoces, aunque ahora que lo pienso, soy de los de que chaval, llevaba el radiocasette a la playa, con los colegas, para detrimento -supongo- de los que se encontraban alrededor. Imagino, que estas cosas, lo de este tipos de estudios, salen de casualidad. No imagino al científico de turno, Ipod en mano, probando canciones en pleno océano. «Hey John, ¿por qué huyen los tiburones despavoridos?. No sé, Mike, estaba escuchando a los Gemeliers. Quita John, ya te relevo la guardia, mientras escucho lo nuevo de Cannibal Corpse…». O tal vez, alguien se dio cuenta, que el crucero ese del heavy metal, era escoltado por una manada de escualos.
Steven Spielberg, es el gran culpable de mi fascinación por los tiburones. Tengo varias cintas de VHS con documentales, de esos que echaban en La 2, después de comer, en el que el gran blanco, es protagonistas. Dicen que el hombre necesita algo en lo que creer, y yo añadiría, algo que temer. Ese pavor irracional al tiburón, se ve agravado por la sensación de respeto que produce el mar. En tierra firme, siempre tienes hacia donde correr, trepar, esconderte. En el mar, chungo, amigos mios. O no habéis notado un intranquilo escalofrío, cuando estando en la playa, habéis notado como algo os rozaba, mientras os dais un apacible baño.
Pero mi tiburón preferido, es el protagonista de una canción, aunque no sea el escualo propiamente dicho, pero solo recordar el titulo del mentado tema, ya me pone la adrenalina a cien. Yo no tuve hermano mayor del que heredar discos, así, que fui bastante autodidacta en esto del heavy metal. Con doce años, me compré mi primer vinilo, «Unleashed in the east» de Judas Priest y una cinta de Saxon. Aquello era como un vendabal, comprabas la HeavyRock, escuchabas la Emisión Pirata, e ibas acumulando ganas y hambre, por escuchar bandas. Maiden, Ozzy, Dio, Barón Rojo… seguro que igual que muchos otros. Había leído sobre Accept, que amontonaban incondicionales, y una de las veces que había conseguido reunir pasta, compre en cassette, «Restless and wild».
Excitado, metí la cinta en mis inseparables walkman, y los primeros segundos fueron de desconcierto. ¿Una canción típica alemana? ¡Que coño he comprado!, pero quieto, el sonido de una aguja derrapando sobre el vinilo y un riff que casi me tira de espaldas. ¡Y eso que aún, no había entrado la voz!. Ácida, corrosiva, la formas de cantar de Udo, era lo más heavy que me había echado a la cara. Esa canción era realmente, rápida como un tiburón, vaya si lo era. Se que muchos, preferis «Balls to the wall», pero para mi, «Restless and wild» fue la señal, de que no habría marcha atrás. Es verdad, que en ese disco, hay cosas que pulir, incluso alguna que a los más preocupados en los aspectos técnicos, les puede hacer contraer el rostro, pero tal colección de canciones, es un autentico tratado de heavy metal en vena.
Un disco abrupto, agresivo, directo, con dos primeras canciones que te dejan k.o. en el primer asalto, y que termina con una apabullante, «Princess of the dawn». El disco no tiene desperdicio, retaría a un duelo, a quien me dijese que hay alguna canción mala, incluso regular. El tratamiento de las guitarras es brutal, se sopone, que Wolf Hoffman, se encargó de grabarlas el todas. Y que decir de la visceralidad y la fuerza de Udo. Estamos hablando de 1982, y le daba al heavy metal, una nueva dimensión, que seria seguida por multitud de bandas, sobre todo en su Alemania natal, de la mano de gente como Running Wild, Helloween, Rage o Grave Digger entre otros. Es cierto, que pronto me cruzaría con Venom, y luego el thrash metal, que daba un nuevo paso adelante, en el escalafón de dureza y potencia musical. Pero Accept y su «Restless and wild», marcaron historia, y especialmente, la mía.
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