En España los años sesenta fueron los años del despegue económico, el turismo y el landismo. El cine español estaba dominado por las producciones a mayor gloria de artistas patrios como Manolo Escobar o Marisol. El director oscense Carlos Saura vino a demostrar que había otros temas que inquietaban a las nuevas generaciones de cineastas. Saura demostró con La caza que otro tipo de cine español era posible.
Aparentemente La caza es un film sobre cuatro amigos que van a pasar el día al monte a cazar conejos, sin embargo, bajo la superficie de esta simple premisa se esconden sentimientos reprimidos largo tiempo. Ya desde el principio, Saura se encarga de hacernos saber que no estamos ante un film convencional de la época. Las voces en off de los personajes pondrán al descubierto las verdaderas intenciones de los participantes de la cacería. Cada uno de ellos está ahí por un motivo y tiene su propio objetivo. Los favores no correspondidos y la envidia corroen sus relaciones. El calor de la jornada y la excitación propia de la caza irán aumentando la tensión entre los protagonistas. A pesar de que el film está rodado en espacios abiertos, el asfixiante calor y la creciente tensión entre los protagonistas convierten al film en una experiencia claustrofóbica.
Viendo el film al espectador le da impresión de que toda la cacería es una metáfora que nos hace preguntarnos si el ser humano (con sus insaciable avaricia) no será como el hurón: un depredador nato. El ser humano necesita ganar y no hay mejor manera de hacerlo que anulando completamente al adversario, matarlo. Pero un enemigo tan poco amenazante como el conejo no es un rival digno. Sólo la caza de un rival tan inteligente y potencialmente peligroso como el hombre es digna. Pero matar a otro ser humano significa asumir la imposibilidad de convivir y razonar con el otro. Matar es aceptar la derrota de la razón frente a las pasiones más primitivas (odio, envidia).
Saura parece tener la teoría de que el tiempo acaba con los sueños del ser humano y lo convierte en un ser despreciable. Como ocurría con el cine de Buñuel, Saura no parece sentir simpatía ninguna por sus personajes ni pretende que nos identifiquemos con ellos. Más bien quiere que nos veamos reflejados en sus miserias y que tal hecho no nos resulte agradable. Los personajes más mayores poseen casi todos los pecados posibles: soberbia, lujuria, envidia, etc. Sólo el más joven de ellos parece tener aún algo de esperanza, aún no está corrompido por el egoísmo. No entiende muchos comportamientos de sus compañeros y es el único que asistirá atónito al trágico desenlace de la cacería.
Carlos Saura se desvela como un maestro en la presentación y el desarrollo de los personajes, a ello contribuyó un excelente plantel de actores. Los cuatro actores principales componen unos personajes complejos pero fácilmente reconocibles en personas que cualquiera de nosotros puede conocer. Tanto los veteranos Alfredo Mayo, Ismael Merlo y José María Prada como el joven Emilio Guitierrez Caba están sobresalientes.
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