Cuando hablamos de cine, ineludiblemente, el 99% de la población mundial llevamos nuestra mente a Hollywood, pero de vez en cuando hay que girarse y dar un vistazo a lo que llevamos detrás. Y cuando lo hacemos recordamos que el cine lo inventaron unos franceses, los hermanos Lumiere a finales del siglo XIX, que “La llegada de un tren a la estación de La Ciotat” de 1895 está considerada como la primera filmación oficial de lo que hoy consideramos cine, que Gaumont y Pathé fueron tan importantes en el desarrollo de este nuevo invento como lo puedan ser hoy en día Apple o Microsoft, y que un tal George Meliés fue un genio de tal calibre a la hora de inventar y evolucionar el lenguaje cinematográfico que, probablemente, nunca se le valorará lo suficiente.
Por todo ello, me he decidido a hacer un pequeño homenaje a la cinematografía más representativa de nuestro vecino del norte, o por lo menos a la que a mí más me gusta, pues tengo que dejar claro que esto no es ningún tratado enciclopédico ni nada por el estilo, sino tan sólo un artículo de opinión totalmente subjetivo, al 100%, que se basa única y exclusivamente en mis gustos y opiniones, además de que, a pesar de mis intentos por ver todo lo que ha caído en mis manos, me ha sido imposible ver todas las cintas que quería.
Si en algo provoco que os llevéis las manos a la cabeza u os hago perder un par de horas por hacerme caso en alguna película recomendada, espero que sepáis disculparme. Si por el contrario, estas pocas letras sirven para abrir un pequeño resquicio de curiosidad e inquietud cinéfila en vuestra mente, me daré por satisfecho y me alegraré muchísimo de haber ayudado a cimentar nuestro amor por el cine, que al fin y al cabo es lo que hace que yo escriba esto y que vosotros lo leáis.
Como la lista es interminable y el tiempo limitado he concretado el ciclo en dos puntos. Por un lado comenzaré con la llegada del cine sonoro. Ya es difícil implicar a la gente en cosas más o menos conocidas o escondidas, pero hay que empezar por lo fácil, así que dejo a los interesados en buscar “Viaje a la luna” (1902) de Georges Meliés y demás reliquias que hicieron crecer el séptimo arte. Por otro lado, me centraré única y exclusivamente en las cintas producidas en Francia por directores franceses. Hay miles de directores franceses o con doble nacionalidad que han rodado co-producciones o producciones de otros países o directores extranjeros que han rodado películas totalmente producidas en Francia, pero se nos iría de las manos y esto se haría interminable, así que pasemos directamente a los años 30, al cine sonoro, a las películas que considero imprescindibles, a los mejores directores del país vecino, a sus actores y actrices insignia y a las últimas obras del nuevo siglo que siguen dando muestra del buen estado en que se encuentra.
Incluiré alguna co-producción, siempre que sea 100% europea, el director sea francés y la responsabilidad en su totalidad también lo sea, es decir, que los grandes estudios de Hollywood no hayan metido sus manos en ella. El único motivo es puramente coherente: desvirtuaría lo que estoy intentando hacer y, además, probablemente ya la conocerá todo el mundo. Para evitar inmoralidades impropias me he decantado por completar las listas por orden cronológico.
Empecemos.
25 películas francesas imprescindibles del S. XX: de la 1 a la 10
Elegir solo 25 cintas que intenten mostrar la grandeza del cine galo en su estado más puro me ha resultado una tarea titánica. Como gran enamorado del cine clásico han mandado los galones y he tirado más de corazón y subjetividad que de intentar elegir 25 películas que puedan atraer al público menos conocedor a adentrarse en el cine francófono. Mi lista queda así y estoy seguro que habrá para todos los gustos, pero como ya he comentado en la presentación, no pretendo ser objetivo. Mucha gente cinéfila compartirá ciertas elecciones y puede que se tire de los pelos ante otras pero, después de dedicar más de un año y ver más 300 películas, mi cerebro recomienda las siguientes:
1. Jean Renoir – Boudu salvado de las aguas (Boudu sauvé des eaux, 1932): Grandiosa tragicomedia rodada por Renoir en Francia donde, con dosis elevadísimas de sarcasmo fabula sobre la felicidad del ser humano. Boudu es un vagabundo que vive feliz en el parque junto a su perro hasta que éste desaparece y se lanza al río para ahogarse pues ha perdido cualquier razón para seguir viviendo. Sin embargo, un librero burgués que lo ve le salva de la muerte e intenta introducirlo en la sociedad respetable y civilizada de la que un ácrata como Boudu ha huido siempre. Los gags visuales y el deslenguado guión que no para de enfrentar la felicidad salvaje de Boudu frente a lo socialmente apropiado, tan correcto como hipócrita (perfectamente representado por el papel de la mujer del librero y de los vecinos) convierte la filmación tanto en una comedia hilarante y desvergonzada por las situaciones que provoca Boudu al intentar adaptarse, como en una tragedia absoluta ante la conclusión a la que llega el propio Boudu al final, cerrando el círculo de forma maravillosa.
2. Marcel Carné – El muelle de las brumas (Le quai des brumes, 1938): Uno de los ejemplos más perfectos del realismo poético encumbrado por Marcel Carné en la dirección y Jacques Prévert en el guión, adaptando una novela de Pierre Dumarchais. Ambientada en la ciudad de Le Havre, permanentemente rodeada de niebla, al igual que la psique de nuestros protagonistas, Jean Gabin, Michèle Morgan y, sobre todo, Michele Simon y Pierre Brasseur, envuelven a todo lo que les rodea de mentiras, engaños y farsas, pero con ese toque maravilloso de la pareja que mueve los hilos. Poesía dramática, fatalismo lírico, podemos definirlo de muchas maneras y ninguna podría captar acertadamente la magia que Carné y Prévert hicieron con este film. El reducto que constituye el barracón encubierto que es el Panamá bien podría encuadrarse en una futura Resistencia de la inminente IIGM, de esa bruma permanente a la que alude el título, de esos gángsters manipuladores que vendrían a intentar conquistar Europa pocos meses después. El pesimismo y la desmoralización convertidos en poesía, eso es El muelle de las brumas, y solo por ello debe pasar a la Historia del Cine.
3. Jean Renoir – La regla del juego (La règle du jeu, 1939): El maestro Renoir nos regala en clave cómica una de las sátiras más feroces a los maniqueísmos propios de la alta sociedad francesa de la primera mitad del siglo XX. Hay infidelidades por todos lados, unas consentidas y otras no aceptadas, lavándonos la moral con gags de situaciones muy graciosas a la par que críticas. La superficialidad con la que el señor y la señora marquesa se toman su desamor choca radicalmente con la visceralidad sangrienta con la que el capataz alsaciano se toma el suyo, enfocando la diferencia clasista que marca la Francia previa a la IIGM. Lo realmente genial es que Jean Renoir, que tiene uno de los papeles principales, se dedica a dar puñetazos directos a la quijada a base de situaciones previsiblemente facilonas, más propias de un vodevil amoroso que de una de las puyas más elegantes del cine francés.
4. Marcel Carné – Los niños del paraíso (Les enfants du paradis, 1945): Votada como la mejor película francesa del siglo XX, nos muestra una pléyade de personajes que componen un tablero de pasiones en el París de principios del siglo XIX. Un actor en busca de trabajo, un criminal, una actriz enamoradiza, el hijo de uno de los actores que encarna el papel de mimo, el histérico dueño del teatro Funámbulos, una mujer misteriosa de la que se enamora perdidamente el mimo, un Conde rico, etc… El extraordinario guión de Jacques Prévert y la magnífica dirección de Marcel Carné nos llevan de la mano durante las 3 horas de metraje, con un pulso fantástico, unos actores en estado de gracia y todo para conseguir el aplauso del paraíso, que es como llaman a los asientos destinados a la gente menos favorecida en el Teatro de los Funámbulos.
5. Marcel Carné – Las puertas de la noche (Les portes de la nuit, 1946): Una de las últimas colaboraciones entre Carné y Prévert que nos lleva a principios de 1945, con París recién liberado de los nazis. El realismo poético que caracterizó a esta dupla de genios sigue en primer plano y nos muestra una crítica fatalista al colaboracionismo al mismo tiempo que subraya el amor y la supervivencia como lo único verdaderamente importante envueltos en un halo pesimista y bastante lóbrego. A destacar el primer papel como protagonista de un jovencísimo Yves Montand que, a la postre, se convertiría en una de las estrellas más grandes del cine francés.
6. Jean Cocteau – Los padres terribles (Les parents terribles, 1948): Un joven de 22 años vive con su madre enferma, su padre fracasado y su tía que procura el sustento económico de la familia. La relación enfermiza de la madre y el hijo impide a este vivir su vida sin el favor de sus mayores hasta que conoce a una mujer unos años mayor que él de la que se enamora perdidamente. La trama se lía sin remedio en una especie de tragedia griega actualizada. Cocteau nos lo presenta todo muy teatralizado, con dos únicos escenarios, la casa de la familia del joven y la casa de su enamorada, con un tira y afloja constante entre los planes de unos y otros para salirse con la suya. 5 personajes entre los que destacan por encima de todos las dos mujeres mayores, brillantemente interpretadas por Yvonne de Bray y Gabrielle Dorziat, llevando el peso real del drama, consiguiendo que la línea romántica entre Jean Marais y Josette Day, y la infidelidad entre Marcel André y J. Day pasen a un segundo plano.
El varapalo interpretativo al que someten los adultos André, Dorziat y de Bray a los jóvenes Day y, especialmente Marais, es de escándalo, aunque no solo a ellos, también a nosotros cada vez que tenemos el placer de volver a visionar esta pequeña joya del maestro Cocteau.
7. Jacques Tati – Día de fiesta (Jour de fête, 1949): Debut en el cine del que considero uno de los iconos de la comedia francesa de todos los tiempos. Un pueblecito se prepara para un día festivo y todos se están preparando para ello: los vecinos, la feria, el cine, el bar… y el cartero. Tati, en el papel del cartero nos regala sonrisa tras sonrisa mientras intenta ayudar a preparar la fiesta a la vez que cumple con su cometido repartiendo el correo. Es una fiesta visual del gag, con un ritmo altísimo y un aprovechamiento total del audio, tanto en los diálogos como en los gags sonoros.
8.- Max Ophuls – La ronda (La ronde, 1950): Maravillosa película del maestro Max Ophüls al dejar Estados Unidos, sacando la cámara y dando paseos por la Viena de 1900 mostrando las vueltas que da el amor de la mano de un Anton Walbrook que está perfecto en su papel de conductor de la trama y encantador de serpientes en pro del amor, sea o no sea moralmente correcto. Pasando de idilio en idilio, de mujer en mujer, de hombre en hombre, el amor siempre triunfa. Lo mismo da que ese amor sea de una sola noche, que sea extramatrimonial, que sea puro deseo sexual o libertinaje, el carrusel debe seguir rondando y Ophüls lo hace girar con ese talento tan artístico. Como es habitual en él, la puesta en escena es espectacular y sus largos travellings y movimientos de cámara toda una lección de elegancia y estilo. La frivolidad y el sentido del humor con el que Anton nos va llevando de una historia a otra y las geniales interpretaciones de todas las actrices, Simone Signoret, Simone Simon, Danielle Darrieux, Odette Joyeux e Isa Miranda, pues definitivamente son ellas las que llevan las riendas, terminan de darle carácter y personalidad a una de las mejores obras del maestro alemán.
9. René Clément – Juegos prohibidos (Jeux interdits, 1952): Los nazis bombardean Francia y las ciudades se vacían. En uno de esos bombardeos fallecen los padres y el perro de Paulette que va a parar a casa de los Dollé, donde es acogida por la familia y, desde el principio traba amistad con Michel, el pequeño de la familia. Ahí es donde salta la chispa que convierte una película en algo conmovedor hasta decir basta. Con Narciso Yepes acariciando su guitarra tocando “Romance anónimo” surge una relación de amistad extrema entre dos críos que se esconden de los odios entre las familias, de la muerte del hermano de Michel, de la guerra, de la doble moral (la escena en que la hermana mayor intenta sonsacar a Paulette es fantástica), de todo lo que les rodea para abrazar lo único puro que queda en sus vidas. La escena final es angustiosa. Fue galardonada con muchos premios, entre ellos el Leon de Oro del Festival de Venecia.
10. Max Ophuls – Madame de… (Madame de…, 1953): La elegancia llevada al extremo de la mano del maestro Ophuls, capaz de enamorarnos con sus maravillosos y larguísimos planos que bailan al son de los aristócratas de finales del siglo XIX. Un típico matrimonio de adinerados aristócratas viven su vida, cuidando al detalle los detalles, perfeccionando la perfecta sincronía de sus vidas, pero ajenos al amor real de un enamoramiento verdadero. Hasta que la Madame del título se cruza con su media naranja y Max Ophuls nos pasea, con una armonía vitalista y un lirismo algo melancólico y no falto de cierta ironía, por la historia que nos está contando. El trío protagonista está sublime, absolutamente arrebatador, con una mezcla de clase, melancolía, estilo y refinamiento que elevan su actuación al nivel de la propia cinta, dejándonos una preciosista y valiosísima Obra Maestra.
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