Del último disco de Bonamassa escribí, entre otras cosas, que aquello era «el blues por el blues», un despliegue de perfección de género. Muddy Wolf At Red Rocks es el nuevo disco en directo del músico de Nueva York, el cual parte de una idea que deja sensación de mero pretexto. Muddy Wolf At Red Rocks también es el blues por el blues, pero más que nunca.
Una discografía que, en mayor o menor medida, siempre ha hecho equilibrio entre dos tierras, las del rock y la del blues, acaba por inclinarse hacia el clasicismo en este disco repleto de versiones de Muddy Waters y Howlin Wolf, porque no hay nada más blues que estas influyentes piezas, y es precisamente esto lo que limita el estilo de Bonamassa. Habiendo temas más rítmicos y acelerados, el esquema de doce compases es el reinante, y por mucha orgía instrumental que hubiese organizado sobre el escenario, este iba a ser un concierto de base tan conservadora como la propia esencia del género.
Pero las piezas originales se desdibujan tras los esplendorosos añadidos del americano. Trompetas por doquier, un teclado polivalente, un virtuoso armonicista, muchos solos y, claro, su perfeccionista megalomanía, que siempre queda por encima. Con méritos, claro está.
Piezas básicas como «You Shock Me» o «Double Trouble» son, precisamente, las que más espacio dejan al músico y su banda rebosante de técnica para improvisar, para dejar correr infinitos ríos de notas que ratificarán, una vez más, las opiniones de su menguante ejército de detractores. Y digo menguante porque, seguro, se les hará cada vez más difícil no emocionarse cuando el guitarrista sostiene con tantísima delicadeza una misma nota durante diez segundos sin que nada chirríe, por ejemplo.
Por otra parte, las canciones que los dos genios disparaban a su público con la heredada furia propia de una raza maltratada, las aprovecha Bonamassa para prender fuegos artificiales. Unos «Tiger In Your Tank», «Real Love», «Shake for Me», «Hidden Charm» o «All Night Boogie», tal como suenan aquí -Kevin Shirley mucho tendrá que ver-, son capaces de hacer bailar hasta a un rebaño de ovejas. La sección de viento, repito, está espectacular.
Bonamassa intercambia el desparpajo cavernícola con que interpretaban Wolf y Waters sus originales por su perfeccionismo técnico, desde hace años consolidado. Se echan de menos chasquidos, pues es más divertido que quitarse el sombrero tema tras tema ante lo evidente, pero esto no es nuevo hablando de quien hablamos. También, sobran su irresistible «Sloe Gin» y «The Ballad Of John Henrry», ya incluidas algunos de sus directos, que no son pocos. «Oh Beautiful!» le queda espléndida, pero descuadra al oyente tras todo lo escuchado.
Sencillamente, un Bonamassa mucho más blues que rock, con muchos riffes y fraseos clásicos entre los que intercala su pulidísimo estilo, y que suenan de forma arrolladora. A este hombre no le hacen falta retoques de estudio, sino, y de esto estoy seguro, días con más horas.
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