Berlín fue para muchos músicos en la década de los setenta como una especie de tour da force: una manera de buscar, quizás en el entorno de una ciudad desolada, la inspiración necesaria y un santuario donde alejarse de todos aquellos males que las capitales y ciudades cosmopolitas les habían ofrecido a lo largo de su andadura como músicos. Allí partieron, por ejemplo, Iggy Pop y David Bowie. La Iguana lo hizo con la firme determinación, no sólo de proseguir con su producción musical, sino también de seguir bajo la tutela de un Duque Blanco quien, pese al descomunal éxito de sus álbumes, estafado y arruinado por la agencia que llevaba sus asuntos profesionales, buscaba adquirir la autoestima y la calma que la desdicha le arrebató. Sin embargo, como todo el mundo sabe, el efecto fue inversamente proporcional a sus anhelos. Aun así, hemos de darle las gracias por la maravillosa alianza con Brian Eno en el aspecto musical.
Lou Reed, en un principio, también veía la capital de la República Federal como una especie de templo en el que sacudirse toda esa rabia y frustración que desde la separación de la Velvet Underground acumulaba. Ni siquiera las alabanzas cosechadas por su maestría como compositor y narrador en Transformer habían conseguido que el neoyorquino abandonase esa sempiterna mirada vacuna y su semblante de boxeador, no: buscaba saldar deudas consigo mismo y con todos aquellos quienes, en su momento, le hicieron el vacío o no supieron valorarlo como un genio en ciernes. Cuando viajó a Alemania e hizo un ejercicio de cinismo exacerbado y de violencia verbal como respuesta del hombre ante la desidia y la hostilidad del entorno con Berlin, tanto él como la discográfica decidieron que editar un disco en directo que recogiese la transformación de Reed desde sus últimos años con la Velvet hasta 1973. En aquella época, pocos músicos habían avanzado tanto como él.
Y eso se desvela en el tratamiento que le da a las canciones. Grabado y editado en 1974 a colación del concierto dado por el artista en Nueva York, fue criticado, en su momento porque, la versión original, aparte de ser corta -¡sólo siete temas!-, tenía un set-list basado exclusivamente en las canciones de la banda matriz del genio de Nueva York. Sin embargo, en la reedición, y para deleite de los fans, decidieron incluir dos composiciones de Berlin. Y fue una decisión acertada por una sencilla razón: poco sentido tenía que el artista, queriendo como quería cerrar esa etapa, sólo tocase canciones de su primera época como artista. Más que nada, porque el cambio de músicos y el credo cultural habían cambiado la mente de un músico mucho más permeable, en ese momento, a cualquier innovación artística. Y eso se nota en la interpretación de cada una de las canciones: lejos de querer imponer el ritmo monocorde de los tiempos en los que tocaba con Cale, Tucker, Morrison o Yale, se nota que la inclusión de Steve Hunter como guitarrista, logra que, composiciones como «Heroin», «Sweet Jane» o «Rock n Roll» suenen mucho más frescas e incisivas respecto al sonido de los álbumes donde fueron incluidas.
Y con las de Berlin, lo mismo se puede predicar. Lo que hace grande a este directo es, entre otras cosas, la capacidad del norteamericano de conseguir que la atmósfera de su último trabajo, por aquel entonces, se encuentre presente en el directo: «Lady Day» –un sentido y cálido homenaje de Reed a la gran dama del Jazz Billie Holliday– «Caroline Says» –brutal interpretación, con la transida Caroline, la protagonista del álbum, relatando la desdicha de un ser humano al que el presente se le arrebató y el futuro es una amenaza- o «How Do You Think It Feels» cincelan un directo hecho para reforzar esa imagen de independencia y amenazadora de Lou Reed
¿Y qué más decir? A menudo se suele citar este álbum como uno de los diez mejores directos de todos los tiempos. Pero lo que sí tenemos claro es que, cuando suena, uno es partícipe de la propia sugestión de la violencia y la actitud retadora de un músico que, en ese instante, figuraba como primera espada del rock. Y con todo el merecimiento, vaya.
el disco con el que me inicié en el rock, con el que descubrí a Lou Reed. Estaré toda mi vida en deuda con él.
No hay que olvidar al gran Steve Hunter; la versión de Rock and Roll es complentamente deudora de la que hacía él junto a Mitch Ryder.
Ah, todo el el LP es un trallazo de Heavy Metal