Cantaban Ñu: «Y nadie escapó de la evolución», pero, por desgracia, viendo las declaraciones de ciertos políticos, periodistas, o todo aquel que en estos días de libertinaje mediático pone su opinión a disposición de todos y cada uno de nosotros, sin importarles las reacciones que puedan causar, pues algunos se creen en posesión de la verdad absoluta. Ojo, que estoy de acuerdo en que es un derecho inalienable que todos y cada uno seamos portadores de nuestras propias opiniones, pero también pienso que dicho derecho fundamental debería ir ligado, sin excusa alguna, al de estar supeditado a tener un diccionario al lado. Pero bueno, eso es harina de otro costal. Como decía, pocas cosas escapan de la evolución y se quedan estancadas en un pasado que a algunos les parecerá idílico, pero que la mayoría vemos como un cierre de ojos ante la realidad que nos toca vivir, hacia los anhelos y esperanzas de la sociedad.
Pocas cosas me gustan cuando resisten a mirar adelante, a dar ese paso necesario, aunque signifique un salto al vacío sin retorno. Y, en lo musical, me reitero en mis ideas, excepto en el thrash metal. Ay amigos, eso ni me lo toquéis. Si hay un reducto de pureza metálica que debe ser conservado cual isla virgen, es ese paso adelante que dio el heavy metal en los ochenta para preservar su pureza y conservar esa necesidad tribal que tiene el hombre de sentirse arropado dentro de un grupo. Recuerdo aquellos años de incipiente acné, rebeldía acumulada y hambre por comerme el mundo; esa necesidad de reafirmar unas señas de identidad que, con el tiempo, aunque fuesen evolucionando (mira tú por donde), dejasen su huella marcada a fuego. Ante la explosión que significó el hard rock acaparador de medios, que también me volvía loco, necesitaba mantener vivo ese ardor del guerrero, esa mirada peligrosa que te niegas a perder.
Crecer escuchando a Slayer, Metallica o Kreator como pan nuestro de cada día, quieras o no quieras, te deja una huella que no es fácil de borrar, menos aún cuando te niegas a que eso pase. Necesitas ese rincón que siempre será tuyo, y eso es el thrash metal. El heavy se perdió entre juegos de rol y princesas secuestradas por dragones, junto a sinfonías varias que le abrieron las puertas de un público joven que lo mantuviese con vida. Incluso el metal extremo ramificó sus oscuros caminos con posturas tradicionalmente enfrentadas para explayar su malevolencia en según qué casos, o encontrar la luz en otros. Y todo eso es justo y necesario, pero cuando uno necesita agarrarse a algo, sentirse entre los suyos, ahí está el thrash metal. Ese nunca falla. No digo que se haya estancado, pero ha abierto suficiente resquicio para, sin perder la esencia, poder avanzar lo suficiente.
¿A cuento de qué viene todo este rollo? os estaréis preguntando. Pues que estoy con una moto con Hidden evolution, lo nuevo de Angelus Apatrida, que además ha entrado como un misil en las listas de ventas patrias. Sí amigos, hay gente que aún compra discos, que no se conforma con esa porquería llamada mp3, que la música tiene que entrar por las orejas y la portada por los ojos; el conjunto forma parte de un todo. Si Angelus Apatrida hubiesen salido hace 30 años, serían nuestros Kreator, o nuestros Sepultura, esa lanza dispuesta a demostrar que el metal no sólo era cosa de más allá del océano. Pero en estos tiempos en los que a golpe de ratón demolemos fronteras, quién necesita un pasaporte para demostrar estar a la altura de los más grandes del género. Los de Albacete tienen detrás una compañía fuerte por la que matarían muchos, e imagino que eso les aportará tranquilidad y presión a partes iguales.
Han ido creciendo desde aquel debut; ahora, con este quinto lanzamiento, podemos adivinar partes más melódicas entre el continuo batallar de riffs y esa demoledora sección rítmica de la que presumir. Amigos, esto es thrash metal, de ese que te hace querer saltar, mover la cabeza y descargar toda la rabia acumulada. Salen a matar desde el principio. Esa base demoledora contenida en «Immortal» con esa voz a lo Blitz te deja sin aliento, y esto sólo es el principio. «First world of terror» desencadena todo su arsenal, sin piedad, sin compasión, como debe de ser, con ese riff repetitivo y ese estribillo, amén de una batería que parece anunciar la tercera guerra mundial. «Architects» es rápida, veloz, con algunos toques más groove, que también han formado parte de la historia de la banda. «Tug of war» es muy, pero que muy heavy, con una estrofa similar a un certero golpe en la cara y un estribillo donde sale a la luz la melodía.
Soltad a los perros, a ver si son capaces de pillar la velocidad que destila «Serpents on parade». Speedica, demoledora. Y cómo me gusta «Wandereres forever», que representa esa apertura a viento fresco que renueva la atmósfera, contaminando el contenido sin perder las formas. Densa, ritmos pesados, y ese estribillo. «End man» juega entre dos mundos, mostrando la cara más dura de la banda, más extrema y, a la vez, regalándonos esos pasajes melódicos, haciéndonos comprobar que son capaces de contraer un todo a su favor. «Speed of light» es otra demostración de fuerza, de velocidad, de que cada palabra puede ser un certero golpe y de la importancia que la banda ha dado a todos y cada uno de los estribillos de este disco. «I owe you nothing», vuelca su fuerza en la sección rítmica, auténtico motor del sonido de la banda junto a esos certeros disparos de ametralladora que representan voz y guitarras. «Hidden evolution» -la canción- tiene un rollo Megadeth que ya gustaría al propio Mustaine recuperar. En nueve intensos minutos dejan claro que estos tíos siguen apuntando hacia arriba, y que no debería pararlos nadie. Como colofón, una cover de los Deep Purple, rindiendo pleitesía.
La escena thrasher hispana está imparable, con una serie de bandas sacando discos cojonudos, demostrando que los complejos los dejamos atrás en los 80. Angelus Apatrida lideran esa generación, y se lo están ganando riff a riff, canción a canción. ¡Enormes!
Y antes de terminar, recordar que el próximo mes de marzo estarán girando por España junto a Suicidal Angels.
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