Nos sabemos la historia, ¿no? Ya desde los ochenta, aunque fuese de forma subrepticia, se estaba gestando un movimiento de Rock Alternativo que tenía como epicentro el noroeste de la geografía norteamericana. En pleno auge del Hard Rock, el Heavy Metal y de sus consiguientes subgéneros, había formaciones que preconizaban, entre otras cosas, una música mucho más visceral y que reflejase la propia visceralidad del Rock en épocas pasadas. Seattle –el vértice de aquel cambio- no era Los Ángeles: lluvia, viento, bosques, cobertizos de madera y, sobre todo, gente con la conciencia adormecida. Nadie contaba con esta ciudad perteneciente al estado de Washington como el eje de la siguiente revolución en el Rock; sin embargo, fue ahí donde los noventa adquirieron parte de su razón de ser.
Dos chicos como Stone Gossard y Jeff Ament estaban profundamente abatidos: tanto Green River como Mother Love Bone no habían salido a flote. Inestabilidades en la primera y la muerte de un vocalista tan genial como Andre Wood en la segunda propiciaron que quedasen sepultadas en el olvido. Aun así, sabían que si el siguiente proyecto tenía que triunfar, debían de ponerse manos a la obra rápidamente. Con ligereza iniciaron la búsqueda de un vocalista; y cuando creían que nadie podría perfilarse para ese puesto después de haber hecho innumerables pruebas, un chico amante del surf y que residía en California les envió una maqueta. Ese joven se llamaba Eddie Vedder. Poco ignoraba qué repercusión tendría en la década tanto él como su banda. La pareja de guitarristas, asombrada por la excelente capacidad de registros de Vedder y, especialmente, su ardiente temperamento, no dudaron en pagarle un billete a Seattle para que engrosase las filas de lo que sería un proyecto musical donde la ambición y el espíritu del Rock de los setenta germinarían en unas letras descomunales a la par que crudas y bellas.
Cuando el afamado vocalista ingresó en lo que, por aquel entonces se llamaba Mookie Blaylock –nombre puesto en honor al mítico base de los Seattle Supersonics de la NBA-, sus compañeros ya tenían, prácticamente, la decisión que querían tomar respecto a su música. Tras cambiarse el nombre a Pearl Jam salieron al ruedo, ofreciendo conciertos sin tener aún no tenían material en estudio ni casa discográfica que los hubiese contratado. Poco a poco iban suscitando el interés de seguidores del Rock y prensa hasta que Epic Records y Rick Parashar decidieron publicar el primer álbum de la banda. Ten era un plástico que, como sucedía con los editados por sus compañeros de escena como Alice In Chains o Soundgarden, no tenía nada de Rock Alternativo sino al contrario. La ópera prima de los de Seattle era una estupenda amalgama entre el Hard Rock de los setenta –especialmente el de Led Zeppelin y The Who y la influencia más que notoria de Neil Young. A diferencia de las bandas que comandaban Chris Cornell y Jerry Cantrell, no tenían ningún nexo de unión con Black Sabbath o el Metal o con los Pixies, Husker Du y los Sex Pistols en el caso de Nirvana.
Hablar del primer disco de esta banda, es hacerlo, sobre todo, de las tres primeras canciones del compacto: el espectacular inicio de ‘Once’ con ese toque desgarrado y sucio de las guitarras en consonancia con la rota voz de Vedder o los sensacionales estribillos de ‘Even flow’ y ‘Alive’, donde el vocalista relata la historia de una mujer que mantiene relaciones sexuales con su hijo por su parecido con su padre y hombre que amó –una versión moderna de la historia de Edipo– son varios de los momentos más del Rock de aquella época. No obstante, centrarse sólo en la voz de Eddie o en las guitarras de McCready y Gossard, sería hablar sólo de una de las muchas cualidades que atesora este compacto: Ten es un plástico que evoca sensaciones y que habla al corazón.
Y lo que marca la diferencia en este debut, por ejemplo, es ‘Black’: una balada que, literalmente destroza el corazón. En la incesante búsqueda de lo imposible, pretende evocar la sensación de vacío y soledad que deja el vacío de una cama inhabitada. A través de sus estrofas, el grupo consigue que el amor sea considerado como una auténtica tragedia mediante el nexo causal entre el estribillo, el final y las espectaculares notas que dibuja el teclado al final de ésta. Tracks como ‘Oceans’ y ‘Garden’ abandonan un poco el aire jovial de las anteriores para desarrollar atmósferas oscuras. En cambio, ‘Porch’, con su sensacional comienzo casi rapeado, se convirtió en un activo fundamental en directo, al igual que ‘Release’ o ‘Jeremy’: una de esas composiciones en las que Eddie demuestra por qué, sin tener la técnica vocal de grandes mitos del canto, se ha convertido en una de los cantantes más admirados y respetados. Ésta sí evocaba los trazos definitorios del Grunge, relatando la historia de un muchacho llamado Jeremy Wade Dalle que se suicidó en medio de su clase ante la atónita mirada de sus treinta compañeros.
Mediante este relato ‘periodístico’, el de San Diego logra evocar esa sensación de soledad, frustración y aislamiento propio de la sociedad norteamericana que aprovechó el Grunge para dar un mensaje de ira y tristeza hacia la peligrosa deriva que había dado un país que, en teoría, debía ser el garante de las oportunidades y sólo facilitaba la separación entre las diversas capas de la sociedad. Ten es un álbum directo, sencillo y sin concesiones; mostraba a un grupo que se hizo popular en Estados Unidos en poco tiempo y al que le costó tomar Europa hasta bien entrado el año 1992 dejando para el recuerdo, entre otras cosas, su maravillosa actuación en el Pink Pop de aquel año. La grandeza de Pearl Jam en este compacto y a su largo de su ya dilatada trayectoria fue la de coger cada aspecto de la naturaleza humana, congraciarlo con el suyo y darle forma mediante himnos furiosos y emotivos. Sabían cómo hablar al corazón y tampoco ha de extrañar que este sea el mejor disco debut en los últimos veinticinco años y sea capaz de sostenerle la mirada -¿por qué no decirlo?-, aunque sea desde una óptica distinta, al Appetite For Destruction de Guns n Roses. Les bastó un debut, también, para ser una realidad musical.
Excelente reseña, este album son palabras mayores.
Bien, pero los que estaban tristes por el fracaso de Green River y Mother Love Bone eras Stone Gossard y Jeff Ament, no Mike McReady, quién se incorporó a la banda recomendado por Stone, pero que no había tocado en las dos anteriores. De todas maneras, un buen artículo para recuperar un clásico imperecedero.
Recuerdo perfectamente cuando mi amigo «El Indio» apareció en mi casa con el vinilo de «Ten» bajo el brazo en 1991… «Mira tío, se me ha ido la olla y me lo he comprado, porque me ha molado la portada… Pongámoslo, a ver qué tal»… Yo tenía 19 años, y ese disco me dejó k.o. desde la primera escucha… como antes lo hicieron «Appetite For Destruction» o «Sonic Temple»… «Ten», otro de los discos imprescindibles de mi juventud. Qué recuerdos! Además, soy de los que creo que después PJ no se ha acercado al nivel de este disco ni de lejos… quizás porque Stone Gossard dejó totalmente las riendas de la composición en manos de Eddie Veder. Pero bueno, esa es solo mi opinión, hay por ahí un montón de gente que me lapidaría por decir cosas así jjj…