Dos escenas, la que abre la película y nos muestra al Matthew Scudder de 1991, y la encargada de dar carpetazo final a la trama ocho años después, bastan para entender de qué va Caminando entre las tumbas y la evolución de la personalidad del protagonista de esta película que en un primer momento, si la comparamos con otras producciones que suelen transitar por los mismos derroteros, nos puede parecer sencilla, incluso insulsa en bastantes momentos, y es que aquí no nos vamos a encontrar con vertiginosas secuencias de persecuciones, ni rebuscadas tecnologías que en un momento dado puedan ayudar a resolver un caso. No, aquí nos vamos a topar con una cinta que bien pudiera encuadrase perfectamente en ese Cine Negro que en su momento tanto en boga estuvo.
Aquí todo se centra en ese deambular casi crepuscular de alguien que lo ha perdido todo y no espera ningún tipo de redención para expiar anteriores actos, mientras esa falsa esperanza depositada en ese amigo invisible que en un momento pareció ayudarle para seguir tirando adelante, hace tiempo, con la ayuda externa necesaria, que fue desenmascarada, y que aquí Liam Neeson, de nuevo en uno de esos papeles magistrales que nos tiene acostumbrados desde que en 2008 Luc Besson le creara a su medida la figura de Bryan Mills, nos vuelve a demostrar que en el cine el paso de los años no tiene por qué ser un handicap, y es que pasados los sesenta, y cuando ya queda lejos ese Liam Docherty que de la mano de Mike Hodges tuvo que vérselas con el entonces intratable Mickey Rourke en la memorable A Prayer for the Dying, sigue tomándose en serio eso de ser actor.
Y si bien aquí no nos vamos a encontrar con ese ritmo vertiginoso de sus dos andanzas anteriores, no hay duda de que han ayudado y mucho para que Nesson acabe dando vida a ese antihéroe creado por Lawrence Block, pues no en vano nos encontramos con una adaptación de su novela.
Con un ritmo lento, pausado, tras la memorable escena inicial, un crimen, acompañado de ciertos elementos escabrosos, es el detonante para que a lo largo de casi dos horas, asistamos a la búsqueda de esa redención de Sccuder que le sirva para expiar sus pecados, aunque a su alrededor todo se desmorone y al final, una vez pueda cerrar los ojos en búsqueda de un merecido descanso, acabe preguntándose si el viaje habrá valido la pena, y ahí es cuando, para concluir, bajo ese cielo crepuscular de esa ciudad que ha perdido toda razón de ser, Scott Frank cierra a lo grande lo que en un principio parecía ser una película de lo más sencilla.
Atrás quedan dos horas donde la mente malsana de un par de tipos han extorsionado, secuestrado, troceado, diseccionado, y a los que sólo alguien que ha descendido a los infiernos como ellos ha sido capaz de pararles los pies. Dos horas, de las que posiblemente sobren unos veinticinco minutos, necesarias para que las miserias humanas, tanto de unos como de otros, ya que ahí nadie, bueno, sí, uno, ya que siempre es bueno dar esperanza de redención a ser humano, está exento de culpa, salgan a flote.
Posiblemente dentro de un par de años nadie se acordará de Caminando entre las tumbas y si de Taken (Venganza), pero yo desde aquí aconsejaría que no la dejes pasar.
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