Nos dejaron atónitos con su espacial Itaca en el año 2010, aquel alucine de sonido cósmico-setentero. El complicado sucesor, Graceles, se ha grabado mano a mano con Liam Watson (The White Stripes o Tame Impala entre otros) en los Toe Rag Studios. La polvareda que se ha levantado alrededor de este lanzamiento no es poca cosa, y es que estamos ante una de las bandas más psicotrópicas y originales de la actualidad.
Este disco suena a estudio de grabación sin ordenadores, a mezclas de cuatro pistas con cuatro pistas con otras cuatro pistas. Graceless cacharrea. Suena metálico, a fábrica vieja. La producción es, sencillamente, excelente. Y las canciones… Parece que el grupo se haya dado un paseo interestelar con ayuda de de setas de colores y se hayan traído sacos de ideas nuevas. Más espaciales, menos hard-blueseros, más coloridos, menos rifferos. Más “Lucy in the Sky with Diamonds”.
No han escatimado en arreglos de cuerda, impresionando con épicas piezas como “Hard And Fast” o “Rain Or Shine”. No se van por las ramas, sino por cielos morados y verdes, y lo hacen con un gusto exquisito. Los teclados de “Dust From The Stars” recuerdan a las correrías en Pompeya de los Floyd, y ese control de los mandos, ese saber en qué momento elevar qué instrumento sobre cuál, dan como resultado unos collages tan aparentemente caóticos como bellos, llegando al nivel de mis queridísimos Crippled Black Phoenix, con un poso más áspero.
Las cuerdas de las guitarras a base de wah wah y efectos de fluctuación parecen curvarse a través del aire en fraseos como los de “No One Is Complaining”, justo antes de llegar a limites Lynchianos en “Sparrows”. Límites que podrían descolocar a cualquiera si no fuera por el liderazgo vocal de Jony Moreno, cuya voz no deja de resultarme extrañamente hipnótica. Jony es quien te lleva de la mano a través de este viaje, el paseo galáctico más barato que puedes encontrar.
Una extraña, experimental e ilusoriamente real pieza musical que juega en una liga distinta a Itaca. Equiparable, pero diferente. Y eso les da valor, los reafirma y los empuja a convertirse en ese grupo de culto como parecen haber sido concebidos. Que nadie se pierda esta joya. Si “Good Times” no os emociona, es que no tenéis corazón.
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