“Debí insistir más en lo imprescindible de este concierto”, me repito. Coincidía con el del intocable Steven Wilson, que dicen fue antológico. Me lo creo, pero con toda seguridad, yo afirmo que en la Moby Dick vi a un grupo de los pocas veces se encuentran. Un front-man de los que no se ven en festivales y unos músicos tan instintivos como profesionales.Rara vez en la capital suena una banda de forma tan cristalina como lo hizo allí. El show fue tan sorprendente, intenso y trabajado que dolía que la sala no hubiera reventado. Ya sonó muy bien el indie-folkie Joshua James, con una banda bastante estática y composiciones un tanto monótonas comparadas con las de los líderes de la noche. El sonido era singularmente “demasiado” nítido para un telonero. La acústica, la eléctrica, y la base rítmica eran tan distinguibles como la estética alternativa de cada uno de los músicos, un sonido de agradecer para un folk que a algunos nos aburrió. Tocaron con con ganas y naturalidad, pero no me resultaron lo más apropiado para calentarle el escenario a los Temperance.
Joshua había comenzado a su hora, y sobre el escenario estaba ya todo listo cuando terminó. Temperance Movement
comenzaron a las 22:30 justas, como estaba programado, sonando como si hubieran hecho la mejor prueba de sonido de su carrera. No noté nada mal ecualizado: las guitarras se fundían entre ellas, el bajo -a lo McCartney- y la batería estallaban, y la voz de Phill, dulcemente rota hasta la tráquea nos subía al cielo. Los slides de una guitarra acariciaban los zarpazos de la otra. Nos hipnotizaron con dulces arpegios de rock n’ roll y toques sureños sobre una base bombástica. Ritmos a ratos relajados; intensidad, cósmica.
Desde “Be Lucky” fue evidente que les faltaban kilómetros cuadrados de escenario. El grupo es un huracán, y Phill… sus movimientos y bailes eran tan inspirados en Plant o Joplin como contagiosos. Huye de la pose ensayada frente al espejo. Al contrario: cierra los ojos, canta, y mueve brazos y piernas con la fluidez de un licor denso al caer sobre cubitos. El carisma le sale de dentro y por ello no le cuesta dejar evidencias de que la música del quinteto es sentida, trabajada y rodada. Lo que ofrecen es rock con raíces pasionales, sentido, y lo representan tirando de su mejor físico y espíritu.
El repertorio lo formó el 90% de su álbum debut. Destaco todas y cada una de las piezas. Compensaron la escasez de canciones originales propias con in crescendos espectaculares, en las antípodas de la gratuidad y solos sencillos carentes de lucimiento ególatra. Desarrollaron temas como “Pride” o “Take It Back” en la dirección que eleva al público a un lugar lejano a las cuatro paredes cubiertas, por encima de la polución madrileña y a años luz del estrés. Magia. Rock n’ roll. Qué voy a decir, si aún estoy atónito.
Su debut es un gran disco, uno de los mejores lanzamientos rockeros de este 2013, pero cobra verdadera vida en directo. La calidad de las canciones se duplica, y estas hacen vibrar, bailar, saltar y no caber en uno mismo de gozo. Impresionantes “Midnight Black”, “Only Friend” o “Ain’t No Telling”; imposible destacar una sobre otra. Posiblemente haya sido el mejor concierto que he visto este año, sino el más perfecto. Y tendrá que llover hasta que podamos disfrutar de algo de estas características en Madrid. A no ser que traigan pronto a Y&T o similar.
Una hora y cuarto de reloj, algo corto. Setenta y cinco minutos de los que no hay que descontar charlas, lucimientos o descansos antes del bis -la grandiosa “Lovers And Fighters”, un final que les proporcionó una efusiva ovación-. Depende de como se mire fue, corto pero intenso, o intensamente corto. Me hubiera gustado que tocasen “Serenity”, pero qué le vamos a hacer, las entradas eran baratas. Es más: tras lo vivido, el precio me parece ridículo.
Me dijo un pajarito que volverán en 2014, en marzo. No soy alguien de quien os debáis fiar. Suele ser mi pasión de rockero la que teclea, pero ahí lo dejo: hay que ver a The Temperance Movement en directo. En sala, a pie de público, a riesgo de salpicones de sudor. Exprimirlos ahora que son jóvenes. No es que merezca la pena… es que el trueque es perfecto: una oportunidad a un grupo joven a cambio de un recuerdo imborrable. Y cuando uno está cerca de las dos centenas de conciertos, cada vez es más difícil llevarse a casa uno de ellos.
Fotografías de Julen Figueras, de Rockangels.
A la música le dedico la mayor parte de mi tiempo pero, aunque el rock me apasiona desde que recuerdo, no vivo sin cine ni series de televisión. Soy ingeniero informático y, cuando tengo un hueco, escribo sobre mis vicios. Tres nombres: Pink Floyd, Led Zeppelin y Bruce Springsteen.
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