De haberme cruzado antes con “La Nave de los Locos”, el último álbum de Loquillo habría ocupado un importante puesto entre mis lanzamientos favoritos del año pasado. Me llegó tarde, pero por suerte, en el arte la prisa no corre. Supongo que Sabino Méndez estaría de acuerdo con tal afirmación, quien comprobó el año pasado cómo algunas de sus empolvadas canciones recibían un lavado de cara en manos de Loquillo, su antiguo compañero, para ser celebradas por todos los seguidores del carismático cantante. Según el propio José María Sanz, la selección de composiciones realizada por él mismo abarca desde 1985 hasta 2011. “Sin Novedad en el Paraíso”, por ejemplo había aparecido en el disco en solitario de Sabino Méndez, pero sin duda, en manos de Loquillo, con quien se ha reunido después de unos cuantos años, y su banda, ganan vigor y vitalidad. Lo que en manos de Sabino sonaba a triste nostalgia, en voz del Loco suena a imperdible juventud.
Letras que hablan desde la perspectiva del paso del tiempo, como “La Nave de los Locos” o “El Mundo Necesita Hombres Objeto”, parecen haber sido escritas por un Loquillo que pasa de los cincuenta, pero no es así. Los textos, de puño y letra de Sabino, están tan bien construidos que un veinteañero cercano a los treinta perfectamente podría encontrarlos auto-referenciales en los tiempos que corren. Hablan de los duros golpes que atiza lo más preciado que tenemos: el tiempo. Loquillo canta sobre la soledad, el arma más potente contra la vida -el optimismo- y la imprevisibilidad del mundo. La maestría a la composición de Sabino, queda de nuevo demostrado, genera resultados inmejorables en voz y carisma de José María. Prueba de ello es un disco completo y diverso como el que nos ocupa, de ideal duración, en el que el rock luce toda una gama de luces y colores.
La versión más duramente madura de Loquillo es la que abre el álbum, “Sin Novedad en el Paraíso”, que se mantiene con “El Mundo Necesita Hombres Objeto” y reaparece hacia el final con “Planeta Rock”. Canciones de poderosa guitarra eléctrica en la que la producción de Jaime Stinus, el actual brazo derecho del protagonista, es clave. El sonido cargado de reverb no satura, envuelve. El apoyo constante de acordes acústicos le da al conjunto el necesario toque cincuentón. Éste toma protagonismo en los temas más deliciosos, como lo son “Paseo Solo” y la íntima “Luna Sobre Montjuïc”. Hay algo de moderno rock inglés, “De Vez en Cuando y Para Siempre”, una pizca de surf -“Mi Bella Ayudante en Llamas”- y un chorrito de rock de cantautor -“Canción de Despedida”-. No me convence del todo “Contento”, con un estribillo que resulta artificial a pesar de que la letra se disfruta. Nueve plenos aciertos sobre diez.
Menos diverso estilísticamente que “Balmoral”, por ejemplo, pero más completo, directo y rockero. A Loquillo nos gusta escucharlo gritar con rabia, desplegar carisma a través de esa garganta de barrio que nunca ha dejado de madurar, a pesar de que siga soltando egolatrías por doquier como si nunca hubiera dejado de tener dieciocho años. Aunque nos guste escucharlo recitando poesía, lo queremos rockeando. En “La Nave de los Locos” canta con el alma y navega entre guitarras lo suficientemente elegantes para no sonar a decrépita parodia del rockero cincuentón. Estamos ante el trabajo que cabe esperar de un rockero experienciado, el viejo zorro que se las sabe todas, el veterano capaz de grabar un disco de rock cojonudo. La obra de dos cincuentones que enterraron el hacha de guerra en nombre del Rock & Roll. un álbum sobresaliente.
Edgar Carrasquilla @Edgar_Corleone
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