En un principio, El Rojo de las Flores, me pareció un poco plano (en lo que a su historia se refiere). Como traductor no puedo evitar tener interpuesto entre el libro y yo el destornillador de la literatura, y al ver la construcción de la obra me di cuenta de que hay muchas explicaciones en ella, algo que hace perder el elemento sorpresa al lector en la mayoría de sus primeras páginas. Ya sabemos que un buen escritor cuenta sin explicar.
Estuve a punto de dejar de leer, recordando los sabios consejos del maestro Borges, pero como por costumbre no me gusta hacer caso a nadie decidí darle una oportunidad al libro. Empecé a leer de manera un poco forzada. Algo parecido a la primera relación amorosa de nuestra protagonista. Y poco a poco me fui metiendo en la historia. Una historia repleta de machismo y falta de libertad que va produciendo una pequeña sensación de ahogo a medida que uno avanza. Hasta que de repente, en la mitad del libro, se revela todo con una imagen potentísima: “Los pajarillos de mi madre piaban alegres dentro de sus jaulas”.
Esta frase, en primera instancia inocente, se mantiene durante todo el libro, pues a pesar de las tórridas escenas amorosas y sexuales que lo llenan, incluso con palabras que rozan lo poético, uno no puede abandonarse a tal éxtasis y empatizar con él, debido a esa “jaula” que está presente siempre, durante toda la lectura. Lo que obliga a observar estas escenas con un cierto recelo que no te abandona durante todas las páginas.
Toda esa cultura aprisionante de la Persia del siglo XVI que rodea a la mujer, toda esa presión, todo ese machismo aceptado, no obstante, hasta por la propia mujer, e incluso utilizado contra sí misma, la convierte en una hábil manipuladora de las circunstancias en su propio beneficio para sobrevivir, y conseguir así lo que quiere. Y todo ello con el beneplácito de la necesitada (económicamente hablando) familia, que incluso la ayuda en tal empresa.
Me cuesta entender, desde mi cultura, cómo en el mismo lugar donde se vive el amor real, el verdadero, se puede dar este comercio de mujeres, para el simple goce de unos caprichosos hombres adinerados que son incapaces de ver más allá de un par de tetas y un buen culo en lo que al amor se refiere. Me parece algo incomprensiblemente aceptado. Una locura. Un partealmas. Algo que se contrapone a esa sensibilidad para el arte, para la confección de bonitas alfombras.
Pues también, este libro, describe con belleza la estética de las alfombras árabes con una finura especial y delicada que hace que casi las puedas ver brillando ante ti. Quizá son estos los únicos momentos en los que uno respira un poco durante la lectura, para volver a sumergirse en esa atmósfera aprisionadora que ahoga palabra tras palabra.
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