Pamela está sentada en una silla a la que rechaza. Le ha costado mucho
sacrificio montar esa casa toda blanca en el centro de la ciudad. Pero ahora
se da cuenta de que a esa habitación, le falta él.
A veces planeamos tanto que nos dejamos atrás el corazón. Para después.
Y el corazón es como un ciclista subiendo el Tourmalet, que en el caso de Pamela,
se ha quedado en la línea de salida.
Seguramente Pamela ha elegido la destrucción antes que el amor. Y ha sobrevivido.
Está hermosa con ese vestido negro a modo de tutú, lo que la hace rigurosa en esa
danza de la realidad que es la vida. Y mira por la ventana por si acaso. Por si algún
día su ángel negro aparece y la rescata de tanta disciplina disciplinada.
En su favor podemos decir que no se la ve frivolona, que esa pose entre la timidez
y la nostalgia nos muestra que anhela un amor de verdad. Así que bien, bueno,
de momento que sepa que el poeta, al verla, le diría: voy a regalarte el mundo
entero si me asaltas de negro, vida mía, y me invaden tu noche y tu locura.
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