Los tiempos cambian. Para todos. Sólo hay que ver esta nueva versión televisiva de los populares tebeos de Archie Comics para observar como ha evolucionado nuestro mundo en pocos años.
De hecho, buena parte de los televidentes tendrán el recuerdo de la teleserie «Sabrina, cosas de brujas», una comedia de situación de los noventa, plena de humor blanco y con gran carga de «moralina», donde una bruja adolescente se debatía entre el mundo humano; donde estudiaba en el instituto, con sus amigos y su adorado novio y su familia encabezada por sus tías y un gato negro que pertenecían a la «Iglesia de la Noche». Todo llegaba siempre a una moraleja que giraba en torno a no entrometerse en los asuntos ajenos. Pero en el siglo XXI la moral ha cambiado y como resultado tenemos este «Las escalofriantes aventuras de Sabrina», que sigue con la misma «moralina» pero de signo contrario. Parece que Netflix ha producido la perfecta serie de lo políticamente correcto dentro del ala más progresista del partido demócrata. Y mantenemos esta opinión, pues hacía tiempo que no se veía todos los tópicos del posmodernismo actual. Ejemplos hay por doquier pero por citar algunos: Sabrina junto a sus compañeras de clase organizan un grupo de presión feminista cuyo objetivo es acabar los abusos de los varones del equipo de fútbol y empoderarse como féminas, dentro del grupo hay un guiño a la discapacidad pues la ceguera puede ser algo poderoso y positivo y otro al colectivo LGTBI, pues una amiga es de género fluido. No es el único detalle a este importante grupo, pues aparece un primo brujo (que no existía en la serie de los noventa) homosexual. El respeto a las minorías étnicas es claro y así poderosos aliados y rivales son asiáticos o negros. Eso sí, los malos son abusones estúpidos sin cerebro o cazadores que solo piensan en matar animales, pues el «animalismo» también está presente y los magos tienen todos alguna mascota, aunque sean espíritus familiares. Todo en aras de no molestar al «lobby» izquierdista mundial y granjearse las simpatías de todas sus ramificaciones: desde el «Me too» o «Times up» o cualquiera de sus muchas luchas por conseguir un mundo mejor.
Si la historia es demagógica e irregular, con enormes lagunas de guion y demasiados lugares comunes, sobre todo con la iglesia satánica que se convierte en una metáfora de los males del cristianismo, más discutible es la ùesta en escena que ha elegido su creador Roberto Aguirre- Sacasa, pues es complicado de defender por qué la gran mayoría de los diez episodios se encuentran con bastantes zonas desenfocadas. Decisión que podemos entender para separar mundo onírico del real, el de los nigromantes del de los humanos o cosas similares pero que durante todas las secuencias acaba por eliminar cualquier hálito de conexión o sentido y distanciar al espectador. Queda claro que los defectos acaban por laminar las virtudes. Que también las hay, pues se agradece el tono oscuro, casi fantasmal y de película de terror y unas interpretaciones convincentes con una más que aceptable Kiernan Shipka, la hija de Don Draper en «Mad men» o Miranda Otto como «puntas de lanza» de un reparto que funciona y que deja a «Las escalofriantes aventuras de Sabrina» en un rico ropaje, lleno de oropel y envoltorio pero sin prácticamente nada en su interior.
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