Todos los años se «cuela» entre las candidatas al Oscar a la mejor película alguna película más independiente que el resto o de procedencia alejada de Hollywood. Este año ese privilegio le ha «tocado» en suerte a «Llámame por tu nombre», coproducción italo- estadounidense, filmada en la Lombardía transalpina y que levanta pasiones en todos los festivales donde es seleccionada, merced a una historia llena de sensualidad y lirismo donde se nota la pluma del mejor James Ivory, que en esta ocasión solo adapta la novela de André Aciman dejando la dirección a Luca Guadagnino, un realizador hasta ahora poco conocido y que en este 2018 estrena la nueva versión de un clásico del terror italiano como es el «Suspiria» de Dario Argento, en uno de los mayores cambios de registro que recuerde dadas las diferencias entre ambos proyectos.
La que nos ocupa no deja de ser una típica historia de iniciación, donde un adolescente de diecisiete años descubre su sexualidad en un verano junto a sus padres en la villa familiar, debatiendo su amor entre una joven francesa que reside en la zona y un estadounidense, alumno del doctorado de arqueología que imparte su padre y que es invitado a pasar un tiempo con la familia. Sus paseos en bicicleta y sus confesiones les conducirá a ambos a una pasión amorosa donde el joven Elio empezará a descubrir buena parte de las pulsiones que se crean con esos amores de verano que finalizan cuando llega septiembre. Todo contado desde un prisma cargado de simbología, donde la hermosa fotografía se funde con la poesía que intenta desplegar con sus imágenes y un trabajo actoral brillante, donde destaca la pareja protagonista: Timothée Chalamet, que tras este sólido papel se puede esperar una interesante trayectoria futura y Armie Hammer, todavía marcado por el fracaso a todos los niveles de «El llanero solitario» y cuya carrera no termina de despegar. Ellos, junto a toda la parte técnica y una buena selección de temas en la banda sonora, utilizando en momentos importantes el clasicismo de los impresionistas franceses como Satie o Ravel, consiguen que la cinta se vea con agrado aunque es un claro ejemplo de metraje de menos a más, pues comienza tibia hasta desembocar en un tercer acto y epílogo destacado con un final hermoso, con Elio llorando en primer plano mientras aparecen los créditos (no desvelaré por qué) que me recordó a aquel de «El último americano virgen», muy similar en estructura.
Hasta ahí lo bueno; el problema de «Call me by your name» es la irregularidad de la propuesta, pues las casi dos horas y cuarto se podrían haber reducido sin problema, ya que algunas secuencias resultan redudantes y otras apenas aportan nada al argumento pero este es un defecto que en más de una ocasión hemos notado en la filmografía de James Ivory, como sucede con los diálogos en exceso elevados y cultos, ya que entendemos que todos son universitarios y gente con sabiduría pero en algún tramo resulta demasiado refinado. Pequeñas lagunas que sin embargo no empañan el segundo tramo del largometraje, mucho más interesante que la presentación, aunque es sorprendente que viendo el revuelo formado en los últimos tiempos con otros trabajos como «Manhattan» de Woody Allen, donde se ha vilipendiado la historia de amor entre la chica de diecisiete años (Mariel Hemingway) y el treintañero escritor (Woody Allen), incluso trasladando la ficción a la vida real por parte de la «policía de lo políticamente correcto», aquí no he visto a nadie elucubrar sórdidas hipótesis, aunque también sea un adolescente con una relación con un adulto. Misterios del cine.
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