Creo que puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que pocas sensaciones son equiparables al disfrute de las cosas que nos gustan en armónica confluencia. Quizás porque no todos los placeres se presten a esta bendita transversalidad, es justo celebrar y agradecer la estrecha relación que mantienen el mundo del cine y el de la música, cuyo sueño puede engendrar bellos monstruos como mi admiradísimo John Carpenter, quien no solo le ha puesto imagen a mis propios sueños sino música también. Y a mis pesadillas.
Ya hemos dicho que hay placeres que se prestarán a la compartimentación y el orden más apolíneo, pero si hablamos de música y del cine de John Carpenter, uno no deja de ser un fanboy y un flipao, que lo quiere todo en lascivas y glotonas cantidades dentro del más dionisíaco de los caos. No voy a entrar en el desglose ni sesudo ni fanático de la obra de Carpenter, aunque obviaré la recomendación, pero siendo un artista que no ha dejado de hacer rock´n´roll con sus películas creo que es de justicia hacerle un sitio en esta página, donde a fe mía que pertenece. Y ahora es cuando toca hablar, de verdad, de su faceta como músico.
Al igual que ese riff que abre cualquiera de nuestros discos preferidos, todos los que nos asomábamos a las películas de Carpenter acabábamos entrando de la mano de sus reconocibles melodías: Aquel obstinato de La Niebla, la tenebrosa línea de piano de Halloween, los sintentizadores de Rescate en Nueva York… Esas intrincadas, pegadizas y poderosas melodías hacían de la experiencia completa algo inusual y maravilloso y fue lo que nos atrajo a unas cuantas legiones de seguidores al Troxy, en el este londinense, a conocer al maestro.
No se puede decir que empezáramos con el mejor de los pies, pues la localización está un poco más alejada de lo habitual, lo que resulta más doloroso siendo un martes laborable y «laborado». Eso significaba que, otra vez, tocaba salir a toda leche del curro sin que esto hubiera sido necesario finalmente, pues el concierto tardó lo suyo en empezar. Un punto que, pese a ser la única nota negativa, resultó igualmente molesto.
Tras la larguísima espera junto a un público bastante numeroso aunque no excesivo (eso correspondió a la sesión del día anterior, que agotó todas las entradas permitiendo esta posterior fecha), toman el escenario el señor Carpenter, de riguroso negro y con una elegante coleta, y su banda (que incluye a su hijo Cody Carpenter, cuyo talento hemos podido comprobar en las últimas obras de su padre). Se le ve contento a Carpenter, con sus 68 palos que lleva, sin dejar de saludar, hacer bromas y pasárselo bien sobre el escenario. Fue terminar el tema de 1997 Rescate en Nueva York con el que abrió el show para tenernos a todos a sus pies.
Si bien es cierto que Carpenter era sabedor del efecto que iban a tener sus canciones en el público, no era tan previsible la acogida que tuvieron los temas de su disco Release The Bats, cuyas composiciones son tan estupendas y personales que uno echa de menos una película que los acompañe. De acuerdo, no caerá esa breva, pero sí que fueron cayendo las melodías de las citadas anteriormente así como El Príncipe de las Tinieblas, Golpe en la Pequeña China, Asalto a la Comisaría del Distrito 13 o una celebradísima por un servidor como es el tremendamente épico tema de En la Boca del Miedo. Incluso hubo hueco para un «préstamo», como fue el caso de la minimalista y crepitante sintonía de La Cosa, a cargo del no menos grande Ennio Morricone. Todavía sigo con la duda de si simplemente lo pasamos tan bien que nos olvidamos de todo lo demás o si, menos generosa y más plausiblemente, el evento pecó de excesiva brevedad. A ver, siempre me han llegado noticias de que Carpenter andaba bastante mayor, y no es exageración, y desde luego la selección era auténtico caviar, pero en esa hora y media acabé echando de menos, por ejemplo, la macarrada sureña de Vampiros y, muy especialmente, ya que fue capaz de tirar de temas prestados, del precioso tema de Jack Nietzsche para Starman.
Un concierto que tanto por su originalidad como por lo exótico de su propuesta, bien puede valer el interés del más escéptico, pero no me cabe duda de que resultó ser una cita casi obligatoria tanto para el cinéfilo como para el fan que simplemente tenga hueco en su ser para alguna o varias de las obras del gran John Carpenter. Una vez más, la noche más bruja de todas (y la siguiente), volvió a ser suya.
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