Mientras la aguja acaricia el vinilo, los altavoces proclaman, «El reloj de la suerte marca la profecía, deseo, angustia, sangre y desamor. Mi vida llena y mi alma vacía, yo soy el público y el único actor…». Quizás, espero que no, alguien finalmente recuerde a Manolo Tena por su paso por un reality show.
Seguro que hay muchos a los que suena su nombre, pero no sus canciones. Pero hay muchos otros que nos quedamos un poco más huérfanos porque otra de las manos que escribió melodías que nos enseñaron a vivir, ha perdido la batalla contra el cáncer, que se lleva su figura, pero no podrá arrancarnos su recuerdo.
Si el 77 veía explotar el punk en U.K., aquí veía nacer a Cucharada, que no era más que la traducción del mítico «Spoonful» de Willie Dixon, que a su vez versionaba Cream, y es que Tena, que se ganaba la vida en orquestas de verbenas, se desquitaba en los ensayos tocando canciones de Cream y Hendrix.
Cucharada era rock and roll en su máxima expresión y explosión, porque no solo era música, también provocación. Eran tiempos difíciles y la calle era una escuela, y también, bocados de libertad. Quizás en otros lugares, el rock tenia otras preocupaciones, pero aquí era urbano, salÍa del barrio y sus gentes. «Pablo «el Trapero» es un homosexual, le gustan los tíos como a ti la libertad, un día la ley le mandó enchironar, diciendo que es un peligro social…». Hubo emisoras de radio que se negaron a poner «Social peligrosidad» en el 78. el tirano había muerto pero no su sombra, y había que tener los huevos muy grandes para cantar según que cosas.
Cucharada escuchaban a Zappa, y llevaban el teatro al escenario maquillados, disfrazados, dando un paso más, para romper el recuerdo de la España gris. Cruzaron su camino, como tantos otros, con Javier Galvez, con Chapa, con Teddy Bautista, que produjo su disco «El limpiabotas que quería ser torero», y que es historia fundamental del rock, que no me da la gana de poner fronteras. No dejéis que nadie os lo cuente, escuchad por vosotros mismos.
«Poco que ganar, nada que perder, el día para morir la noche para vivir, apuestas doble contra sencillo, loco enamorado de lo desconocido…». En el 83 llega Alarma. Los tiempos cambian, las formas de pensar también. Todo se convierte en una vorágine, encabezada forzosamente por una Movida promocionada y subvencionada, como superfluo escaparate de modernidad. Pero entre esperpentos elevados a dioses, también hay sitio y espacio para grandes canciones, aunque no sean portada de la revista de moda ni banda de cabecera de algún crítico musical autoinvestido de divismo. Alarma siempre me trajeron cierta conexión con Police, con la New Wave que venia de las islas, con el rock castizo. «Eramos demasiado heavies para los modernos y demasiado modernos para los heavies», contaba Tena, mientras seguían pariendo buenas canciones que sonaban sin complejos, como les daba la gana, o escribía canciones para amigos y compañeros como Leño.
«Quiero beber y no olvidar, quiero ser feliz y volver a empezar…», los 90 trajeron la fama y el reconocimiento masivo del que consume lo que le sirva la radiofórmula de turno. «Sangre española» vendía y sonaba, ya con Tena en solitario. «Me abrumaba la fama y me fui a vivir a Miami donde no me conocía nadie», contaba Tena. El paso de los años daba un giro a su vida, pero su batalla con sus demonios seguía presente, y lo estuvo mucho tiempo. Siguió ardiendo y sintiendo frío.
Más aventuras en solitario, bajadas a los infiernos, consiguientes resurrecciones. Al final, Manolo Tena, que ahora estás en los cielos, seguimos tu mandamiento, «quiero bailar rock and roll, toda la noche hasta que salga el sol…». Me dejo muchos detalles de su vida, pero me da igual, esto no es más que un homenaje de un fan, una cuenta pendiente por tantas canciones debidas. Pero el mejor homenaje es la inmortalidad adquirida cada vez que, en algún lugar, vuelva a sonar una canción de Manolo Tena.
0 comentarios