La sociedad va cambiando. Cada vez, la vida es más precaria. Ya no vivimos, sobrevivimos. Lo que hace que las miradas se orienten hacia dentro de manera que se pierde la visión de esta situación social. Este estado de guerra es como un humo que lo contamina todo. Se mete por los intersticios de las puertas, llega hasta la intimidad más absoluta. Nos suelen decir que rechacemos todo aquello negativo que nos afecte, pero así hacemos que las reacciones equivocadas por los malentendidos aumenten exponencialmente. Esto hace que el ciudadano se vaya aislando porque crea esa sensación grave de desconfianza.
Todo ese entramado construido entre neblina ni se ve en tiempos de bonanza, ni en tiempos de subsistencia. Así, bizcos de júbilo y dolor, de lo único de lo que nos podemos encargar es de nuestra situación particular. De esta manera creemos que el insomnio es un coágulo del silencio, un edredón lacerante que acalla el estruendo de las rosas. Chirrían, pues, las paredes del cerebro; producen, como cristales arañados por las sombras, un frufrú adusto: es la sangre.
Es la insistencia del ser en ser aferrado al reverso de los ojos, a los salientes interiores de la piel; es la nada, que reside en nosotros, y martillea. Y seguimos yendo por el run como las motos. Algunas vidas son largas y continuas pasarelas en tik tok sin descanso, sin tiempo para tomar el sol en agosto. Entonces se nos dice sin palabras que se puede vivir con pureza animal, sin amores eternos ni encuentros absolutos: simplemente caminando a peso neto y a piernazos, en un solo y seco desafío andante, dejando el chocolate azul para más tarde, para otro día, para otra vida.
¿Egoísmo o devoción? ¿Crueldad o Compasión? Todo se puede defender. Prueba de que, finalmente, no sabemos nada; entonces, no nos comportemos como si supiéramos. Frente a nuestra ignorancia, frente a esa parte misteriosa de nosotros mismos, sigamos siendo honestos y humildes.
Suena lo encerrado en los pulmones, lo que discurre por los huesos y la soledad, lo que arraiga en la mirada y propende a la luz. Mantenernos con vida, en estos casos, nos parecerá dolorosamente inútil. Ante esto, solo una respuesta: en el fondo, no sabemos nada. Todo consiste en amar la actualidad y en que el péndulo grande no se pare, descansar media hora para comernos el bocata de la merienda y pedir a San Pancracio una vida eterna pero corta. Y si nos examinamos con honestidad, finalmente deberemos aceptarlo.
Recitado por Tomás Galindo aquí





















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