Hay películas que buscan agradar, otras entretener y algunas pocas incomodar. Sirât pertenece a este último grupo. Oliver Laxe (Lo que arde) nos ofrece una tragedia bajo el disfraz de una rave en el desierto. Avisados estáis. Laxe nos presenta a un padre desesperado y a unos europeos que ingenuamente creen que pueden ir de rave en rave en África sin que los problemas del continente les afecten. No son niños pijos malcriados que creen que el mundo les debe algo. Son todo lo contrario, perdedores excluidos de la sociedad, marginados, algunos incluso mutilados, que buscan en África un último reducto de lo que ellos ingenuamente creen que es la libertad (techno + drogas). Pero el espejismo de la libertad es más peligroso que el espejismo del desierto. La tragedia social y política africanas los alcanzará de lleno. Ya que estamos: no me gusta el subtítulo de «Trance en el desierto», hubiera preferido «Tragedia en el desierto».

La trama la impulsa un McGuffin imposible: el padre interpretado por Sergi López (único actor profesional del reparto) busca desesperadamente a su hija desaparecida en ese paraíso artificial a base de fiesta y drogas. Esa insensata búsqueda (con un niño y un perro en pleno desierto…) sabemos que está condenada al fracaso. La hija perdida no es tanto un personaje como un símbolo, la metáfora de todo lo que se pierde en la migración forzada que cruza medio continente africano para llegar a Europa: la unidad familiar, el futuro y la esperanza. Cuando menos te lo esperar, la película se parte en dos con una tragedia que no se olvida fácilmente. A partir de ahí, nada vuelve a ser igual: ni para los personajes, ni para nosotros como espectadores. La desesperación se apodera de los personajes. Cuando ya no hay esperanza (ese padre que avanza sin miedo por el desierto), sólo queda la fe (representada en esos personajes que avanzan con los ojos cerrados).
¿El problema de Sirât? Su ritmo excesivamente lento. Demasiados planos que no aportan nada (o, al menos, yo no les vi el sentido) mientras los personajes miran el horizonte. Demasiados silencios. Vamos, lo habitual del director gallego que ya me llegó a exasperar en Lo que arde. Tampoco creo que la música techno elegida sea la mejor posible. Mira que hay temazos de techno hipnótico y el de la película me resultó algo simplón, la verdad. Ya sabemos que bajo los efectos de ciertas sustancias todo se magnifica.

El final de Sirât incomoda porque da la vuelta a un discurso demasiado trillado. El ingenuo padre europeo se ha convertido en clandestino, con su familia y sus esperanzas destrozadas. Algo así deben sentir los inmigrantes africanos tratando de llegar a Europa. ¿Estoy dándole demasiadas vueltas al film? ¿Tiene Sirât un mensaje demasiado complicado para el espectador medio? Espero que no. ¿Entenderán esta película en Hollywood? Ni de coña. Espero equivocarme aunque mucho me temo que Sirât no pasará el corte de la Academia hollywoodiense y no será candidata al Oscar a mejor película extranjera.
En definitiva, Sirât no es una película para pasar el rato. Es una dolorosa patada en el estómago.




















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