Con la misma facilidad que vemos escapar el tiempo inexorablemente a través de las agujas del reloj, nos planteamos el ejercicio de la nostalgia como infranqueable álbum de recuerdos. Postales de un pasado que se aglutinan alrededor de la música, en esta ocasión de la mano de Mikel Erentxu que se plantaba en el Tío Pepe Festival, que presentaba un lleno absoluto, dispuesto a repasar cuatro décadas que pertenecen al imaginario popular como parte de la historia del Pop de este país dentro de la gira DD 40. Y con la noche ya sobradamente instalada sobre La Bodega Las Copas, Erentxun saltaba al escenario con “Capricornio” como maestra de ceremonias de una sobria puesta en escena que mostraba que todo iba a girar alrededor de las canciones.

A veces no es cuestión de verso ni de prosa, ni tan siquiera de fortuna sino de un constante ejercicio de insistencia que permite alcanzar el delgado punto intermedio entre la memoria y el olvido. La recepción de la gente ante “Una calle de París” es muestra inequívoca de que Mikel Erentxun se ha instalado por derecho propio como referente generacional. Un Mikel Erentxun parco en palabras prefiere que sean sus canciones las que actúan como puente tendido que se acerca constantemente a la gente mientras suenan “La barra de este hotel” o “Entre salitre y sudor” en la que la multitud convierte sus voces en un inmenso coro que suena en una noche en la que a pesar del levante en calma parece refrescar, pero que vive en ese preciso instante uno de los momentos álgidos de la noche, un Tour de Force que aumenta su presión con “El ritmo de la calle”, que levanta ánimos e incluso traseros de sus asientos, pero debo comentar que si invocas al viejo demonio del rock and roll, debes cumplir el rito de sacar las guitarras a bailar.

El concierto va sin dudas de menos a más y entra en ese momento donde tomas conciencia que se va tornando imparable, dando buena cuenta de ello la reacción de la gente cuando en la noche jerezana suena “Palabras sin nombre”. Con una hora transcurrida y quince canciones ajustando cuentas, es preciso señalar el fantástico sonido del que estaba disfrutando Mikel Erentxun y ese sabor alejo que aporta a las canciones el teclado. Tras “La casa azul” y hora y cuarto de concierto, amago de despedida para regresar Mikel Erentxun en solitario con el escenario a sus pies y desnudar “El río del silencio” antes de que el grupo regrese para afrontar, como el propio Erentxun recordó, donde empezó todo hace cuarenta años, “Casablanca”. El momento más emotivo de la noche se vive con los guños blues de “No puedo evitar pensar en ti” en la que las emociones vuelan en un viaje de ida y vuelta del escenario al patio de La Bodega Las Copas y viceversa.

Con todo el recinto en pie, la apoteosis que acompaña al final se acompaña de los acordes primero de la laureada versión de Lynn Anderson, “Jardin de rosas” y “Cien gaviotas”, canciones cuyo impacto en el estado emocional de quien las escucha, va más allá de la interpretación momentáneamente del autor. Una hora y cuarenta cinco minutos de historia de la música que recorrió el espectro generacional de quienes se dieron cita esta noche en el Tío Pepe Festival.

Material fotográfico cedido por el Festival
Fotógrafo: Adrián Fatou




















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