La soledad tranquila de Karmelo Iribarren es como una gran sala blanca con el horizonte interminable. Como la casa de Dios. Me gusta leer a Karmelo cuando la mente se vuelve lodo, porque es un poeta que nombra de manera sencilla la realidad que le envuelve. Hay poetas que llegan a tu alma cuando tienen que llegar.
Karmelo araña esos espacios en blanco para escribir sus poemas. Cada uno de ellos parece el último, y, sin embargo, siguen saliéndole más, como un ovillo infinito.
Esa intersección que se crea cuando confluyen la mirada y la realidad circundante del poeta es propia del romanticismo. Propicia la mirada romántica hacia todo lo que nos rodea. Algo que es propio de este autor.
Me gusta curiosear como una vieja en sus poemas, notar esa tranquilidad, esa distancia que hay entre su ser y la valla del Tiempo. Parecen poemas sencillos, pero no es fácil plasmar lo complejo con naturalidad, de manera que se haga comprensible para todos. Karmelo es un poeta para la gente, de las personas, a las que vigila desde su centro distante. A las que retrata con delicadeza y asombro.
Tengo en mis manos la poesía completa de Karmelo Iribarren. De vez en cuando abro este libro y me asomo a las circunstancias suyas. Leo cómo piensa la vida, cómo retrata sus reflexiones. Vivir la vida o pensarla es la gran incógnita. Las dos cosas a la vez no son posibles, a no ser que tengas muchos años de silencio detrás.
El destino de Karmelo está echado desde hace mucho. ¿Qué hacer con tanta soledad quieta, tibia, blanca e interminable? Vosotros que no entendéis de poesía, que no os gusta la literatura, tampoco. Los que estéis en el mundo, en su devenir incesante, leed los poemas de Karmelo Iribarren para volver a ser jóvenes; cuando el tiempo se detenía como aparenta pasar con el reloj de sol.





















0 comentarios