Con el prestigio que otorga los varios premios conquistados en la última edición del Festival de Cannes, la nominación al Globo de Oro y la candidatura al Oscar a mejor largometraje internacional nos llega esta cinta iraní pero con etiqueta alemana, ya que la producción es germana desde el punto de vista económico pero persa en el resto pero que es imposible que compita por la teocracia chií al ser crítica con el régimen de los ayatolah.

Una película que intenta explicar muchas de las motivaciones que han generado las revueltas en Irán, sobre todo desde el punto de vista femenino al ser ellas las que comenzaron las consignas para poder salir a las calles sin ningún tipo de velo (hiyab). Y además bien contado pues a pesar de las casi dos horas y cuarenta y cinco minutos de metraje “La semilla de la higuera sagrada” no aburre en ningún momento, aportando un ritmo narrativo espléndido, lejos de aquellos primigenios éxitos de Abbas Kiarostami, mucho más contemplativos pero que lanzó a occidente el cine hecho en Irán.
Y es que su responsable Mohammad Rasoulof es uno de los principales estandartes de aquella filmografía (que encabezaría Asghar Farhadi) en la actualidad. Rasoulof logra su hasta ahora mejor obra, tras las prometedoras “Un hombre íntegro” y la episódica “la vida de los demás” realizando, y escribiendo, una obra que parece contener dos largometrajes en uno, con una primera parte que nos envuelve en el ambiente que propició las espontáneas manifestaciones feministas y la contundente represión del régimen. Ahí toman protagonismo la esposa y las dos hijas de un recién nombrado juez de instrucción. Una vez llegado al punto de no retorno en la revuelta comienza la desintegración progresiva del núcleo familiar a raíz de la desaparición de una pistola. Quizás el final sea algo excesivo y maniqueo pero cuanto menos resulta atrayente ver como una buena persona se va transformando en un ser monstruoso al dejarse llevar por las órdenes políticas. Un jurista que consigue su anhelado puesto pero que le obliga a saltarse la ley y firmar injustas sentencias de muerte. Algo que al inicio no cree y le forma un debate moral entre ascender y mejorar las condiciones de su familia o hacer lo legítimo y justo.
En el aspecto técnico “La semilla de una higuera sagrada” funciona tanto en interiores (estupendas las escenas de comida) pero mejor en exteriores ofreciendo a la perfección las notables diferencias entre Teherán y los desérticos paisajes una vez se abandona la ciudad (notable la fotografía de Pouyan Aghababayi), con el inteligente añadido de mostrar los conflictos callejeros y la represión desde vídeos en redes sociales que ven las jóvenes.
Además la puesta en escena de Rausolof es ágil, merced a buen montaje de Andrew Bird (único nombre no iraní del equipo), y unos actores que resultan creíbles para contar una brutal crítica a su país que desde la su revolución islámica en 1979 ha laminado cualquier atisbo de libertad en nombre de Alá, con una justicia de instructores, jueces, tribunales y guardia revolucionaria que del terror han hecho bandera. Sobre esos cimientos se abandera una lucha feminista aunque el filme también nos muestra como otras mujeres apoyan y secundan el autócrata gobierno.
Película valiente que a Rasoulof le va a impedir volver a rodar en su patria y con buen resultado. Más si lo comparamos con sus nominaciones a Globo de Oro y Oscar a largometraje en lengua no inglesa a la mediocre, y sobrevalorada, “Emilia Pérez”.




















0 comentarios