Dentro del proceloso mundo del flamenco, Israel Fernández encarna el presente y el futuro. Como bien se dijo en la presentación, el cantaor es alguien que es capaz de llevar a gente de todas las edades a sus conciertos, incluidos jóvenes. Cosa que se podía notar en un abarrotado Patio de la Tonelería con un público entregado desde el primer momento ante el intérprete toledano que prometió cantar con sentimiento y verdad, con la responsabilidad de hacerlo ante Jerez a la que definió como “cuna del flamenco”.
Y junto a él, tres palmeros, percusión y la guitarra de Diego del Morao que jugaba en casa. Uno de los grandes virtuosos y que hace muchos años que dejó de ser el hijo de Moraíto Chico para aportar su estilo propio. Juntos llevan tocando desde 2020, con dos discos esenciales del flamenco actual como ”Por amor” y “Pura sangre”, de los que se nutrió una parte importante de un concierto que se hizo bastante corto pues en una húmeda noche (como comentaron los protagonistas) ofrecieron un recital de sólo hora y cuarto.
Comenzaron por tientos de pie, palo que domina Israel Fernández y donde puede ofrecer su capacidad de trasmitir lamentos, “quejíos” y sentimiento que aporta su poderoso timbre vocal, en las antípodas de los que “cantan por lo bajito” como José Mercé (que nadie me entienda mal, no critico ni a unos ni a otros pues son formas diferentes de entender el flamenco más puro).
Tras seguir un par de temas más sentado, abandona el escenario para dejar a Diego del Morao en solitario ofrecernos una bulería que se vive con gran intensidad por la gran mayoría de los asistentes. Tras la genialidad de poder escuchar a Morao, llega otro de los momentos imborrables cuando Israel Fernández se acerca al piano. Nos cuenta que aprendió a tocar las “blancas y negras” desde niño. En la iglesia. En el culto evangélico donde le llevaban sus padres, algo que no ha olvidado por sus agradecimientos a Dios y el crucifico que llevaba por cadena al cuello, junto a la “Estrella de David”. Lo toca con humildad pues nos dice que es autodidacta y pide perdón si hay algún pianista profesional. Le honra pues no lo hace nada mal para acometer una “granaína” de envergadura y “La casa pequeña”, una malagueña que se convierte en uno de los momentos más poderosos del directo.
Para cerrar bulerías y fandangos que consiguen que el público reaccione tributando una gran ovación en pie, despidiéndose los seis integrantes con una improvisación de cante y baile al más puro estilo de las “fiestas gitanas”. Un colofón a una actuación corta pero intensa.
Fotografías: Adrián Fatou (cortesía Tío Pepe Festival)
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