Cuentas pendientes, el nuevo disco de Bunbury, nos trae la enésima mutación del artista maño. Tras un tiempo retozando con la electrónica y el rock, Cuentas pendientes es un disco deudor del bolero, la cumbia y la melancolía. Bunbury abandona las lentejuelas y el cuero para enfundarse el traje de crooner latino. Avisados estáis, quien venga buscando riffs y ganchos de estadio, se llevará un portazo con sabor a vino barato en la cara. Cuentas pendientes no viene a conquistar nuevos públicos, Bunbury no lo necesita, y parece regresar a arrabales cercanos a Licenciado Cantinas (2011).
Cuentas pendientes no es un disco que atrape de inmediato aunque sí te va ganando en cada escucha. Grabado en México, tierra fértil para las nostalgias y los corazones rotos, Cuentas pendientes suena a cantina, a humo, a noches amargas. Aquí hay guaracha, bolero, cumbia, tango, bossa nova… Pero lejos de sonar a apropiación cultural, el disco suena veraz, auténtico. Además de la espectacular voz de Bunbury, hay contrabajo, acordeón, percusiones de raíz y mucha, mucha contención. La exquisita producción de Ramón Gacías y del propio Enrique deja espacio para que las canciones rezumen el dolor de unas letras que parecen escritas en una cantina de La Habana con el corazón hecho trizas.
La apertura con “Para llegar hasta aquí” es toda declaración de principios. Bunbury se desangra con estilo entre arreglos sobrios y ese aire derrotado que sólo se consigue después de perder varias veces la misma batalla. “Las chingadas ganas de llorar” es de lo mejor que ha firmado en años, un tema donde la melodía parece caminar descalza por un resbaladizo suelo de adoquines mojados. También me gustan «Serpiente» (gran frase la de «De la fama a la infamia sólo hay un trecho») y «Saliendo del arrabal» con esa instrumentación medida, elegante, con una percusión que sabe más de silencios que de redobles. La sorprendente versión en plan bossa nova de ¨La hiedra» de Pachi García ALIS es mi corte favorito, me arrasa los ojos cada vez que la escucho. También el lagrimal se me contrae peligrosamente con el piano de «Como una sombra», pero aguanto a duras penas.
Cuentas pendientes no será el disco que te pongas un viernes antes de salir de marcha, pero sí al que volverás un solitario domingo de resaca. Esta vez Bunbury no grita sino que susurra verdades que quizás no quieras oír. Un disco para reconciliarte con tus propias cuentas pendientes.
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