El siguiente poema de Charles Baudelaire, el creador de Las Flores del Mal, se titula, La partida. En él, se describe el ambiente nocturno y decadente en un salón de juegos de aquella época. Un ambiente que Baudelaire no compartía y del que era observador externo. De esta manera, logra describir con precisión todo el conjunto circundante.
Le Jeu
Dans des fauteuils fanés des courtisanes vieilles,
Pâles, le sourcil peint, l’œil câlin et fatal,
Minaudant, et faisant de leurs maigres oreilles
Tomber un cliquetis de pierre et de métal;
Autour des verts tapis des visages sans lèvre,
Des lèvres sans couleur, des mâchoires sans dent,
Et des doigts convulsés d’une infernale fièvre,
Fouillant la poche vide ou le sein palpitant;
Sous de sales plafonds un rang de pâles lustres
Et d’énormes quinquets projetant leurs lueurs
Sur des fronts ténébreux de poëtes illustres
Qui viennent gaspiller leurs sanglantes sueurs;
Voilà le noir tableau qu’en un rêve nocturne
Je vis se dérouler sous mon œil clairvoyant.
Moi-même, dans un coin de l’antre taciturne,
Je me vis accoudé, froid, muet, enviant,
Enviant de ces gens la passion tenace,
De ces vielles putains la funèbre gaieté,
Et tous gaillardement trafiquant à ma face,
L’un de son vieil honneur, l’autre de sa beauté!
Et mon cœur s’effraya d’envier maint pauvre homme
Courant avec ferveur à l’abîme béant,
Et qui, soûl de son sang, préférerait en somme
La douleur à la mort et l’enfer au néant!
La partida
En unos sillones descoloridos de esas viejas prostitutas,
pálidas, las cejas pintadas, adorable y fatal mirada,
inclinándose hacia atrás y dejando caer de sus delgadas orejas
un chasquido de piedra y metal;
alrededor de esas verdes alfombras, rostros sin labios,
labios incoloros, mandíbulas sin dientes
y esos dedos temblorosos por una fiebre infernal,
hurgando en el bolsillo vacío o el seno palpitante;
bajo techos mugrientos, una hilera de blanquecinos candelabros
y enormes quinqués proyectando destellos
sobre las tenebrosas frentes de esos poetas ilustres
que vienen a malgastar su sangriento sudor;
he aquí la sombría imagen que en un sueño nocturno
he visto suceder ante mi clarividente mirada.
Yo mismo, en un rincón de este lúgubre nido,
me veo acurrucado, frío, mudo, envidiando,
envidioso de la tenaz pasión de esa gente,
de la fúnebre alegría de esas putas viejas
y de todos los que trafican atrevidamente ante mi cara,
de uno por su caduco honor, ¡del otro por su belleza!
Y mi corazón teme envidiar a cada pobre hombre
corriendo con fervor hacia ese abismo abierto,
y que, ebrio de su sangre, preferirá en definitiva,
el dolor antes que la muerte ¡y el infierno antes que la nada!
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